
Los nuevos consumidores desean conocer cómo fue el proceso que tuvo ese alimento que están por llevarse a su boca: de dónde viene, cómo fue producido, en qué condiciones y con qué consecuencias. Hay mayor conciencia de la protección del ambiente, de la salud como un todo, y del bienestar animal.
Ante ello, me atrevo a asegurar que un sello de producción agropecuaria con ética es completamente necesario, no solo deseable. Creo que debe surgir desde el propio sector productivo con la intención de darle al consumidor esa certeza, y al productor, una herramienta para proteger y dignificar su trabajo: un elemento diferenciador. Es claro que tales distintivos marcan mínimos, no máximos; la idea es plantear mínimos alcanzables y deseables.
Estos sellos no son un invento mío, por supuesto. Tampoco es algo nuevo en el mundo: los hay de diversos tipos, y se aplican en la producción, la transformación y la comercialización desde hace lustros. No obstante, no tenemos aquí ese elemento que dé valor agregado a productos de excelente calidad, producidos bajo estrictos estándares, y que los diferencie de los otros, sean nacionales o importados.
Costa Rica se ha preciado de su vocación ecológica; sin embargo, también es uno de los países con mayor consumo de plaguicidas per cápita en el mundo. Los datos de uso de fertilizantes químicos no andan muy lejos. Persisten prácticas que atentan contra la salud del ambiente, de los animales y de las personas; en otras palabras, son la Némesis del enfoque de Una Salud (One Health), con el que se conciben hoy los sistemas productivos y sanitarios.
Por tanto, este sector productivo debe revisarse en sus formas y prácticas para responder a las exigencias del siglo XXI, y para enfrentar los compromisos suscritos en la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); asimismo, para alinear nuestra producción con el enfoque integrador de Una Salud que, de forma multidimensional y tripartita, armoniza la salud humana, animal y ambiental en un mismo sistema.
Un sello de producción ética para los productos agropecuarios no debe ser visto como capricho académico ni una extravagancia para satisfacer a unos pocos activistas. Es una necesidad estratégica y moral.
Se trata de ofrecerle al consumidor una garantía verificable, transparente y trazable, de que ese producto que está por consumir proviene de sistemas comprometidos con la salud y el ambiente. En el caso de los productos de origen pecuario, del bienestar animal a lo largo de la cadena productiva.
Lo mismo podemos decir de las empresas agroindustriales que se encargan del proceso de transformación o de agregarle valor al producto. Se busca que tengan el menor impacto ambiental, tanto en la huella de carbono, como en el manejo de aguas. Que respeten la dignidad de las personas y les garanticen las óptimas condiciones de trabajo: salarios dignos, oportunidades de atender sus compromisos personales y familiares, y programas de responsabilidad social comunitaria. Desde la crianza en finca hasta la agroindustria, pasando por el matadero, cada eslabón de la cadena debe ser parte del compromiso.
Ya existen certificados de hatos libres de algunas enfermedades, de Bandera Azul, NAMA (Acciones Nacionalmente Apropiadas de Mitigación, por sus siglas en inglés), o normas ISO aplicadas a la agroindustria en diversos países. El “Esencial Costa Rica” tampoco resulta suficiente. No porque sean erróneos, sino porque han priorizado lo mercadológico sobre lo verdaderamente diferenciador: la ética productiva.
El “hecho en Costa Rica: porque lo nuestro es mejor y es nuestro”, nos llenó de orgullo en su momento. Hoy debemos ir más allá: lo nuestro será realmente mejor si podemos certificar la aplicación de la ética en el proceso productivo.
Propongo un sello de producción ética impulsado por el propio sector agropecuario; construido con rigurosidad técnica, legitimidad social y sentido colectivo. Uno que podría convertirse en la herramienta más poderosa para competir en un entorno de tratados de libre comercio, o de los caprichos del emperador naranja del norte, que nos expone a productos en los que no siempre se respetan los principios que aquí defendemos.
Al señalar con claridad y certificar con rigor, el mercado se irá por el estándar más alto: será el productor nacional que haga bien las cosas el que gane. Mientras tanto, la salud en su conjunto (Una Salud) también ganará.
Este emblema sería una señal clara para el consumidor local e internacional: Costa Rica no se conforma con cumplir la ley, sino que aspira a superarla. Y no necesita que el Estado imponga las condiciones, pues es el propio sector el que se organiza, se regula y se compromete con una forma más justa, consciente y responsable de producir.
Apostar por la producción agropecuaria con ética no es solamente una exigencia técnica o sanitaria: es una toma de posición ante el mundo: no puede llamarse ético lo que se produce a costa del sufrimiento animal, la degradación ambiental o la explotación humana, y que afecta a la salud global.
juan.romero.zuniga@una.ac.cr
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, epidemiólogo y académico investigador en la UNA y la UCR. Ha publicado múltiples artículos científicos en revistas internacionales.
