Durante décadas, el conflicto que caracteriza a Medio Oriente giró alrededor de un único término de la jerga diplomática: la «solución con dos Estados». Inicialmente, este término se refería a una idea concreta: la creación de un Estado palestino soberano e independiente junto a Israel. Pero para la mayoría de los políticos desde hace mucho se trata de un cliché vacío, repetido por hábito sin mucho interés en lograrlo.
Consideremos la reciente comunicación entre el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, y el presidente palestino, Mahmoud Abás. Según la lectura del Departamento de Estado, Blinken «resaltó el compromiso estadounidense para mejorar la calidad de vida del pueblo palestino, de manera tangible, y el apoyo del gobierno (de Biden) a una solución negociada con dos Estados».
Esas afirmaciones no son nada nuevas. Estados Unidos reconoce formalmente al Estado de Israel desde 1948, pero todavía no reconoce al Estado de Palestina, de acuerdo con el nuevo plan de división de las Naciones Unidas. Además, los dos territorios que la resolución original de la ONU destinaba a un Estado árabe están hoy ocupados por Israel. Aunque EE. UU. solicitó a Israel que ponga fin al dominio militar que mantiene sobre millones de palestinos, poco hizo para cambiar el statu quo. Aun cuando la ONU reconoció a Palestina como un Estado que no pertenece a ella y los 139 estados miembros de la ONU la reconocieron formalmente; EE. UU., la Unión Europea, Japón y Australia no han dado este paso fundamental.
Sin significado
Por eso, la infinita reiteración de la frase «solución con dos Estados» por los funcionarios estadounidenses no significa nada. Pero, aunque pocos esperan que EE. UU. sancione a Israel o arme a los palestinos (como hizo con los ucranianos), hay pasos prácticos que tanto EE. UU. como la comunidad internacional podrían dar para que la solución con dos estados sea más que un eslogan vacío.
Por ejemplo, EE. UU. podría eliminar a la Organización para la Liberación de Palestina —que firmó los Acuerdos de Oslo en 1993 junto con Israel—, de su lista de organizaciones terroristas. Podría bloquear las importaciones de productos hechos en asentamientos judíos ilegales que llevan la leyenda «Hecho en Israel». Y podría exigir a Israel que ponga fin a la violencia diaria contra los palestinos y procure que se haga justicia para Shireen Abu Akleh, la periodista palestino-estadounidense que murió, según creen los propios funcionarios estadounidenses, por un disparo israelí.
Estados Unidos también puede contribuir más a que los palestinos construyan las instituciones estatales que necesitarán para poner fin al control israelí de la tierra, el agua y el aire palestinos. Como están las cosas, Israel restringe el uso del agua por los palestinos y fija normas para la construcción en los territorios ocupados, donde frecuentemente demuele viviendas palestinas. Los palestinos ni siquiera tienen la libertad de mejorar sus torres de telefonía celular debido a las torres israelíes construidas ilegalmente en tierras palestinas ocupadas.
En estas condiciones, una economía palestina independiente es imposible. Pero, con un fuerte impulso que ayude a los palestinos a involucrarse económicamente con sus países árabes vecinos —especialmente Egipto y Jordania—, podría comenzar el proceso que ponga fin a la dependencia forzosa de Israel que tienen los palestinos. Se debiera permitir la presencia de la policía palestina en el puente del rey Hussein, que conecta a Jordania y Cisjordania, y garantizar a los palestinos el paso seguro entre Gaza y Cisjordania. Israel se comprometió con ambas metas cuando firmó los Acuerdos de Oslo.
Posibilidad real
Los eventos políticos recientes sugieren que un renovado avance en estas cuestiones es posible. El político israelí centrista Yair Lapid intervino como primer ministro en funciones antes de la visita a la región del presidente estadounidense Joe Biden este mes. A diferencia del primer ministro de derecha saliente, Naftali Bennett, Lapid apoya la solución con dos Estados y promueve nuevas negociaciones con los líderes palestinos.
Sin embargo, la permanencia de Lapid en el cargo probablemente sea corta, dado que los israelíes votarán en noviembre para elegir a un nuevo gobierno. Una vez más, los palestinos esperan y desean un resultado positivo en las elecciones israelíes, algo que la mayoría ahora considera una pérdida de tiempo.
La tierra entre el mar Mediterráneo y el río Jordán se debe dividir en dos Estados soberanos, o ser compartida por los pueblos palestino e israelí (con igualdad de derechos para todos los ciudadanos). Los líderes israelíes y estadounidenses que dicen creer en la solución con dos Estados deben demostrarlo. Como mínimo, EE. UU. debe exigir a Israel —con la amenaza de sanciones— que ponga fin a las acciones que impiden la creación de un Estado palestino contiguo.
Cuando Biden era vicepresidente del gobierno de Obama, permitió la aprobación de la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, que declaró ilegales a todos los asentamientos israelíes en «los territorios palestinos ocupados desde 1967», y que insta a Israel a bloquear la construcción de asentamientos adicionales en los territorios ocupados. Pero en este mes, los funcionarios israelíes anunciarán la aprobación de un nuevo y polémico plan de asentamiento que eliminará la contigüidad restante entre el norte y el sur de Cisjordania.
La sostenida actividad de los asentamientos israelíes convierte a la solución con dos Estados, y a los líderes políticos que aún dicen apoyarla, en una completa farsa. ¿Hablan en serio los líderes del mundo —empezando por Biden— cuando mencionan un Estado democrático palestino junto a una Israel segura? Frente a la ausencia de cambios significativos en las políticas, la «solución con dos Estados» seguirá sonando a hueco.
Daoud Kuttab, ex profesor de Periodismo en la Universidad de Princeton, fue el fundador y director del Instituto de Medios de Comunicación Modernos en la Universidad Al-Quds en Ramala.
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