
¿Por qué los ciudadanos de las naciones libres están cada vez más desilusionados con la democracia y tentados a votar por populistas y autoritarios?
Lea la prensa con atención o pase una tarde con las publicaciones académicas recientes, y verá una respuesta que destaca: las democracias han incumplido sus promesas. Llamémosla la “teoría delivery express de la política”, en honor a la aplicación que entrega una comida en la puerta de su casa en tiempo récord.
Quizá las economías no han crecido lo suficiente, los salarios se han estancado, la desigualdad ha aumentado, o los líderes han sido corruptos y egoístas. La lista de factores posibles es larga, pero todos apuntan en la misma dirección: los votantes están hartos por la falta de beneficios tangibles. Por eso se vuelcan hacia figuras populistas que, pese a sus desplantes y vulgaridades, parecen diferentes de la elite política –en apariencia, más capaces de tomar decisiones y de hacer que las cosas pasen–.
Se desprende de la teoría delivery express de la política que “lograr que las democracias cumplan” es la clave para evitar el populismo y el retroceso de la democracia. Es el tipo de argumento que emplean reporteros progresistas, políticos reformistas, y líderes bien intencionados de diversas ONG. Suena plausible. Pero, ¿es verdad?
Ojalá lo fuera. Incluso un análisis breve de algunos casos pone en tela de juicio esta sabiduría convencional. India se encontraba en una trayectoria de crecimiento sostenido, aunque algo volátil, desde las reformas económicas que comenzaron en 1991, mucho antes de que Narendra Modri se convirtiera en primer ministro.
Filipinas crecía a más del 6% anual en los años previos a que Rodrigo Duterte llegara al poder en 2016. ¿Son estos ejemplos obvios de “incumplimiento democrático”?
Otros análisis más sistemáticos confirman el escepticismo respecto a la teoría delivery express de la política. Un estudio examinó 12 casos de retroceso de la democracia, enfocándose en tres indicadores económicos básicos –la desigualdad, la pobreza y el crecimiento– durante los cinco años previos a las elecciones que llevaron a un populista autoritario al poder. En la mayor parte de los casos, el crecimiento había sido estable antes del comienzo del retroceso, y en cinco países, el crecimiento fue tan alto que se les consideraba estrellas del desarrollo.
De manera similar, en ocho de los 12 casos, la desigualdad iba en descenso antes de las elecciones que llevaron al poder a los populistas. En los cuatro países donde no fue así, la desigualdad se había mantenido más o menos estable. Y tal vez lo más sorprendente: los niveles de pobreza habían estado disminuyendo en nueve de los 12 países.
Polonia es la mejor prueba contra la teoría delivery express de la política. El país estaba en una situación decrépita, con una economía rezagada, cuando cayó el régimen comunista en 1989. Como señala Simon Kuper en un artículo reciente en el Financial Times, entre 1990 y 2020, solo la economía china creció más rápido que la polaca. Hoy, el ingreso promedio de los polacos se acerca al de los japoneses. No obstante, “de alguna manera han salido de 30 años de milagro económico con muy poca confianza en sus líderes, y polarizados entre nativistas y liberales”. La reciente elección del nativista Karol Nawrocki a la presidencia del país deja esto de manifiesto.
Cuando los populistas llegan al poder, causan un daño real. En un influyente estudio, tres economistas alemanes compararon el desempeño económico de los países donde gobiernan los populistas con el de un país sintético de características similares. Encontraron que los primeros crecieron alrededor de un punto porcentual menos al año que el segundo, tanto en el corto plazo (5 años) como en el largo plazo (más de 15 años).
En tiempos más ingenuos, uno pudo haber pensado que, si el electorado castiga a los líderes incompetentes, entonces el funesto historial de los populistas les impondría un costo en las urnas. Pero no parece ser así hoy. Los obreros siderúrgicos cesantes en el Medio Oeste de Estados Unidos no obtuvieron los beneficios económicos que Donald Trump les prometió en su primer mandato. Sin embargo, esos cruciales estados industriales –Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin, entre ellos– contribuyeron al regreso de Trump a la Casa Blanca en 2024 con un récord de 77,3 millones de votos.
El enigma se extiende también a los populistas que debilitan no solo la economía sino también las libertades civiles y el Estado de derecho. Durante la presidencia de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la economía de México apenas creció, los delitos violentos se dispararon y, según V-Dem, un instituto enfocado en la democracia de la Universidad de Gothenburg, el país sufrió un dramático “colapso antidemocrático”.
Pero a pesar de estos pésimos resultados, AMLO terminó sus seis años de mandato con un índice de aprobación de alrededor del 74%. Y la sucesora que él personalmente eligió, Claudia Sheinbaum, ganó las elecciones presidenciales con el mayor porcentaje de votos de la historia del México democrático.
Entonces, dista de ser evidente que el “no cumplir” es la razón principal de la frustración del electorado. Por supuesto, es más probable que los votantes con buenos salarios y bien alimentados, con acceso a excelentes escuelas y hospitales, estén satisfechos, ceteris paribus, con el funcionamiento de la democracia. Pero, ¿por qué, en tantos casos en que la democracia parece haber “cumplido”, el electorado se vuelca hacia populistas autoritarios y sigue votando por ellos después de que se muestran incapaces de alcanzar buenos resultados?
Los políticos como Trump y AMLO no hacen gala de su capacidad de cumplir. Apelan a un rincón mucho más oscuro del alma humana, obsesionado con la identidad. Nunca se les verá con aspecto avergonzado si la economía no despega o no crea empleo, puesto que siempre pueden afirmar que han restablecido el orgullo nacional, mientras culpan a otros por el fracaso económico, ya sean los migrantes o las élites locales.
Los políticos que realmente tienen problemas son los que basan sus campañas en su capacidad de gestión, ganan las elecciones, y luego no cumplen. El ejemplo número uno es sir Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido. Las conversaciones en el pub local no son acerca de si debería renunciar, sino cuándo. La teoría delivery express de la política rara vez se aplica, pero Starmer puede ser la excepción que confirme la regla.
Andrés Velasco, exministro de Hacienda de Chile, es decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science. Traducción de Ana María Velasco. Copyright: Project Syndicate, 2025.