
La COP30, celebrada recientemente en Brasil, nos dejó una verdad que ya no podemos esquivar: la Amazonía, el bosque tropical más grande y diverso del planeta, está peligrosamente cerca de un punto de no retorno. Y aunque pueda parecer que este debate pertenece a otro territorio, a otra escala y a otras realidades, lo que ocurra en ese inmenso bosque determinará, en gran medida, el futuro climático, económico y social de Costa Rica.
Los estudios del Panel Científico por la Amazonía y múltiples equipos internacionales muestran un patrón inquietante: el sistema amazónico podría entrar en un proceso irreversible de colapso si la pérdida de bosque supera entre 20% y 25% de su extensión original.
Hoy, la Amazonía ya ha perdido 16%, y otro 17% está degradado por incendios, tala selectiva, efectos de borde y sequías recurrentes, lo que significa que más de un tercio del bioma ha sido alterado.
En varias zonas del sur de Brasil, Bolivia y el oriente de Perú, los niveles de deforestación local superan el 70%, un umbral que los ecólogos consideran crítico. A partir de ese punto, el bosque pierde su capacidad de generar su propia lluvia y puede transitar hacia un estado más seco, abierto e inflamable. Esto demuestra que el punto de no retorno no es un evento futuro. En algunas regiones, el proceso ya comenzó.
La Amazonía no es solo un conjunto de árboles. Es un sistema viviente que produce su propia lluvia. Cada árbol evapo-transpira agua hacia la atmósfera, generando los llamados “ríos voladores,” corrientes de humedad que viajan miles de kilómetros y alimentan las lluvias de vastas regiones de Suramérica, incluyendo los Andes, el sur del continente y la cuenca del Plata.
Este mecanismo es tan poderoso que, si la Amazonía dejara de funcionar como bosque, el régimen de lluvias en buena parte del continente cambiaría drásticamente. Las sequías serían más intensas; las olas de calor, más frecuentes y la producción agrícola se volvería más incierta.
Es decir: la Amazonía regula el clima de un tercio del continente.

Los científicos llaman “punto de no retorno” al momento en que un sistema pierde tanta estabilidad que basta un pequeño cambio adicional para colapsar por completo.
En el caso de la Amazonía, ese colapso sería un cambio irreversible hacia un ecosistema degradado, más seco y más inflamable, incapaz de regenerarse como bosque tropical. Las investigaciones más recientes muestran señales urgentes:
- Temperaturas en aumento que superan la tolerancia fisiológica de muchos árboles.
- Temporadas secas que cada vez duran más.
- Incendios que ya penetran zonas antes consideradas “impenetrables”.
- Un 33% del bosque afectado por deforestación o degradación.
Perder la Amazonía significaría liberar miles de millones de toneladas de carbono, acelerar el calentamiento global y alterar para siempre el ciclo del agua en Suramérica. Aunque los modelos climáticos solían estimar este escenario hacia finales de siglo, hoy sabemos que las interacciones entre deforestación, incendios y olas de calor pueden precipitarlo en décadas… o menos.
Los países amazónicos lo dijeron con claridad en la COP30, pero la brecha entre discurso y realidad sigue siendo enorme. Para que la Amazonía siga siendo un bosque, se requieren cuatro acciones urgentes:
- Cero deforestación y cero degradación. No basta con frenar la tala ilegal, hay que evitar que la infraestructura, la toma de tierras y las economías ilícitas sigan abriendo frentes de deforestación.
- Restauración a gran escala. Las zonas más degradadas necesitan recuperarse para restaurar la conectividad del bosque y reactivar el ciclo de humedad que mantiene las lluvias.
- Reconocimiento y fortalecimiento del liderazgo de los pueblos indígenas. Las tierras indígenas son, consistentemente, los territorios mejor conservados. Apoyar su gobernanza es esencial para el futuro del bosque.
- Reducción global de emisiones. La Amazonía no resistirá 2 °C adicionales de calentamiento global. Aunque América Latina tiene una responsabilidad histórica baja, necesita asumir un papel político decisivo para exigir más ambición global.
El nexo con Costa Rica
Y Costa Rica, ¿qué tiene que ver con todo esto? Más de lo que creemos. Aunque no recibimos los ríos voladores directamente, sí sentimos sus impactos regionales. Cambios severos en la Amazonía intensificarían eventos extremos en Centroamérica: sequías prolongadas, inundaciones más violentas y alteraciones en los patrones de lluvia, con consecuencias para la agricultura, la energía hídrica y la seguridad alimentaria.
Nuestro modelo de conservación está en juego. Costa Rica ha construido su identidad en torno a la conservación, pero su estabilidad climática depende de procesos globales que no controlamos. Defender la Amazonía es defender la viabilidad de nuestro propio modelo de desarrollo verde.
Costa Rica puede –y debe– ser un actor diplomático clave en América Latina, uniendo países no amazónicos para exigir compromisos reales a los gigantes emisores y apoyar a los países amazónicos en la transición hacia economías que mantengan el bosque en pie.
Tecnología, trazabilidad, soluciones basadas en la naturaleza, turismo regenerativo, educación ambiental: Costa Rica tiene experiencia, talento y credibilidad para catalizar alianzas regionales que atraigan financiamiento climático y aceleren la transformación productiva.
El destino del continente se decide en un bosque que no vemos todos los días. Mirar hacia la Amazonía desde Costa Rica no es un acto de solidaridad lejana. Es un acto de supervivencia y de visión estratégica. No podemos permitir que el bosque que sostiene la vida de millones de personas ni que la mayor esperanza natural del planeta frente al cambio climático entre en un camino irreversible de colapso.
En la COP30, el mundo miró a Brasil. Ahora es momento de que América Latina, incluida Costa Rica, mire a la Amazonía no como un símbolo, sino como un sistema del cual dependemos.
Porque si la Amazonía cae, no habrá frontera ni océano que amortigüe el impacto.
Y si la salvamos, habremos demostrado que todavía podemos cambiar la dirección de nuestra historia.
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.
