Tan pronto leí la ficha inicial y entré en la primera sala, no pude evitar relacionarla con nuestra coyuntura política. Encontré en el título una especie de guía, o “variable operativa”, para orientar, por oposición, preferencias –muchas preliminares– ante las ofertas electorales. Es lo que comparto a continuación.
Toda propuesta política plantea una visión de porvenir; si no, ¿qué razones válidas existirían para pedir votos? Nuestro deber es seleccionar bien entre ellas. Aquí regreso al hilo conductor de la muestra. ¿Es el futuro que nos ofrecen inclusivo, sólido, respetuoso, democrático, realista, ilustrado, razonable, justo y equilibrado; es decir, mejor que el hoy? ¿O, al contrario, nos confrontan, como el Museo Tamayo, con modelos arcaicos, anclados en jerarquías cerradas, categorías enmohecidas, miradas sombrías, parálisis, irrespeto y autoritarismo?
Sé que, por razones diversas, existen personas, quizá muchas, que se inclinan por esta opción: el futuro como reafirmación del pasado o, si apelan al continuismo, como sobredosis del presente. Oscilan entre el retroceso y la parálisis. Derecho tienen, aunque no razón. Yo me adhiero al otro grupo, que espero sea mayoría. Es el de quienes, al decidir a qué agrupaciones y dirigencias escoger en la confusa sopa de letras que se perfila hacia el 1.º de febrero, rechazan lo fantasmagórico, desértico u oscuro, y buscan propuestas no contaminantes y lúcidas, activadas por equipos sólidos, ideas sensatas y energías políticas sostenibles.
Faltan pocas semanas para conocer la lista completa de partidos; luego vendrán las candidaturas y, al final, las votaciones. Mi sugerencia es esta: al decidir, apliquemos miradas precursoras, rechacemos imágenes turbias y tengamos presente que el futuro y la política, para valer la pena, deben rechazar lo arcaico.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.