Prevenir o reaccionar, ese es el dilema. Ser o no ser. O somos previsores o somos bomberos. Anticipamos crisis o apagamos incendios, inevitables disyuntivas de la entropía de la vida. Todo se agota. Hasta la democracia se cansa y necesita renacimientos. De lo contrario, el abismo acecha.
“En Costa Rica, en cambio …”. Así, iba a seguir escribiendo, pero me percaté de que Churchill atribuía la pertinacia de la inercia a la esencia misma del género humano. Lo cito textual: “Cuando la situación era manejable se descuidó y ahora que se nos fue de las manos usamos tarde remedios que, a tiempo, habrían sido eficaces. No hay nada nuevo en esta historia. Cae en la inmensa y sombría categoría de la ineficacia de la experiencia y la incapacidad de aprendizaje de la humanidad. Falta de previsión; falta de voluntad para actuar, cuando la acción sería simple y eficaz; falta de pensamiento claro; confusión de ideas hasta que llega la emergencia y la supervivencia golpea con su gong estridente. Esos rasgos definen la interminable repetición de la historia.” (2/5/1935).
Me sumo a cada sílaba. Ahora sí, veamos Costa Rica. En la antesala del mayor conflicto de nuestra historia, andamos pegando paredes, como abejón de mayo. Y, en la parálisis, pavimentamos la víspera del siguiente flautista de Hamelin. Sobran escenarios de alarma que posponemos.
Viene a cuento, y es solo un ejemplo, la crisis del puerto de Caldera, una cruz más del calvario de nuestra incesante pérdida de competitividad. Era excelente, hasta que no lo fue. Su congestión fue advertida, hace seis años, pero ninguna alerta logró una reacción preventiva, nuevo plan maestro y acorde renovación de contrato. Son las medidas más simples y menos onerosas. Pero nos encanta enredarnos la vida.
Acercándose un inminente aprieto, aparece una danza de remedios fantasiosos. Acciones pragmáticas se dilatan, a pesar de ser las opciones más rápidas y económicas. En vez de eso, se vacila con tiempo que no se tiene y recursos aún menos disponibles. Todo para abrir licitaciones de ignoto plazo e incalculable costo. Con las manos desbordadas, tanta más razón tendría el gobierno para soluciones expeditas, que no lo desgasten más. ¿Por qué seguir entonces deshojando margaritas?
La autora es catedrática de la UNED.