MÚNICH– Este noviembre, Alemania celebrará el aniversario 30 de la caída del Muro de Berlín. Pero el país está en un estado de ánimo sombrío, y los brindis serán más bien escasos, especialmente en el este.
Hoy, más de un tercio de los alemanes del este se describen como ciudadanos de segunda clase. Contrariamente a sus expectativas en el momento de la reunificación alemana en 1990, el este del país no se ha vuelto tan próspero como el oeste. Poco sorprende que piensen, sientan y voten de manera diferente a como lo hacen los alemanes occidentales. De hecho, Alemania es un país con dos almas.
La última evidencia de esto ocurrió el primero de setiembre, cuando el partido xenófobo de derechas Alternative für Deutschland (AfD) logró un sólido segundo lugar en las elecciones regionales de los estados del este Sajonia y Brandemburgo, con un 27,5 % y un 23,5 % de los votos, respectivamente. En los estados del oeste germano, los resultados electorales del AfD suelen ser la mitad de eso.
La brecha política entre el este y el oeste del país refleja agudas diferencias económicas. Entre 1991 y 1996, el ingreso per cápita del este de Alemania se elevó del 42 % al 67 % de los niveles del oeste. Pero en los veinte años posteriores a 1996, la cifra subió apenas al 74 %.
En otras palabras, el proceso de convergencia económica entre las dos Alemanias, que se iniciara en 1989, se detuvo en gran medida hace cerca de 25 años. La promesa que hiciera en 1990 el canciller Helmut Kohl de “paisajes florecientes” en el este todavía no se ha cumplido.
La convergencia económica dentro de Alemania se paralizó principalmente a causa de decisiones políticas. Antes de la reunificación de octubre de 1990, el gobierno de Alemania occidental decidió liberalizar de la noche a la mañana el comercio con Alemania del este.
Se eliminaron todas las barreras al movimiento de capitales y mano de obra, y el marco de la República Democrática Alemana se convirtió a marcos alemanes a un tipo de cambio de 1-1 para importes pequeños y 2-1 para sumas más grandes.
Esta reforma monetaria hizo que los salarios del este se elevaran a los niveles del oeste, a pesar de que su productividad era apenas un 10 % de la occidental. Como resultado, el sector manufacturero de Alemania del este sufrió una abrupta bancarrota, y sus firmas perdieron todos sus mercados de Europa oriental.
En 1990, el gobierno alemán del este creó una nueva superautoridad, la Treuhandanstalt, para ayudar a la supervivencia de los fabricantes del país.
La agencia privatizó y vendió compañías del este a firmas del oeste, a menudo al precio simbólico de un marco alemán a cambio de garantías de que no despedirían trabajadores.
Este masivo subsidio dio a las empresas alemanas occidentales un incentivo para trasladarse al este, a pesar de que había perdido su ventaja comparativa de tener menores salarios. El programa funcionó: para 1994, la Treuhandanstalt había vendido prácticamente todas las empresas alemanas del este e inversionistas occidentales, tras lo cual fue desmantelada.
Por un tiempo, la economía del este alemán creció con rapidez y comenzó a ponerse a la altura de la occidental. Pero, al ya no existir los subsidios de la Treuhandanstalt, las firmas del oeste dejaron de invertir en el este. Y cuando se acabó la inversión, el proceso de convergencia llegó a punto muerto.
Mientras tanto, los alemanes del este guardaban un gran resentimiento contra la Treuhandanstalt. La veían como una entidad que regalaba recursos valiosos a las firmas del oeste. Detlev Rohwedder, su primer jefe, fue asesinado en 1991; incluso hoy, dos partidos populistas alemanes —el izquierdista Die Linke y el derechista AfD— la culpan por las dificultades económicas del este germano.
Después de 1989, se dijo a los alemanes del este que no había alternativa a la Treuhandanstalt porque no contaban con productos de alta calidad para vender. Pero la ley de las ventajas comparativas sostiene que un país siempre tiene algo que vender si sus salarios y precios son lo bastante bajos.
Lamentablemente, los altos salarios y los precios resultantes de la reforma monetaria de 1990 impidieron que la economía alemana del este prosperara como lo hicieron otros países de la Europa oriental tras el colapso del comunismo.
La narrativa de no tener “nada que vender” y contar con un “sector manufacturero de bajo valor” tuvo un efecto perjudicial sobre el estado de ánimo local. La gente sintió que no tenía valor en una economía de mercado y perdió su dignidad.
En la década de los 90, trabajé en la Universidad Humboldt de Berlín, en la parte oriental de la ciudad, y fui testigo directo de esta sensación de no valer.
Sin embargo, el mayor error del gobierno alemán fue desmantelar la Treuhandanstalt después de que todos los activos del este fueron vendidos. En lugar de ello, la agencia debió haber continuado para ofrecer subsidios a las firmas extranjeras dispuestas a invertir en el este de Alemania para compensar los altos salarios que había allí.
Sin embargo, nunca es demasiado tarde para que Alemania reanude el proceso de convergencia económica. Es esperanzador que el gobierno esté debatiendo maneras de crear condiciones de vida equivalentes (gleichwertige Lebensverhältnisse) entre el este y el oeste del país.
Si introdujeran incentivos económicos para la inversión extranjera en el este de Alemania, las autoridades podrían dar un empujón al cumplimiento de los paisajes florecientes prometidos por Kohl.
Más aún, la recuperación económica del este no solo traería beneficios materiales. También ayudaría a curar la brecha sicológica germana y a hacer menos probable que haya alemanes que den su voto a partidos extremistas que medran a costa de sus temores.
Dalia Marin: profesora de Economía en la Universidad Técnica de Múnich e investigadora del Centro de Estudios de Políticas Económicas (CEPR).
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