El 7 de noviembre se celebró el Día de la Democracia, homenaje a nuestros valientes antepasados que impidieron que en esa fecha, en el año 1889, se anulara el triunfo de José Joaquín Rodríguez en las urnas.
Válidamente debemos preguntarnos qué es una democracia, si Costa Rica es una democracia y si nuestra democracia está en peligro.
La democracia es simultáneamente una forma de gobierno y un sistema de vida. El primer concepto significa que el gobierno es elegido por la mayoría del electorado y el poder se ejerce de manera distribuida y en colaboración con otros.
Es el famoso principio de separación de poderes, cuyo telos es evitar la concentración del poder en una o pocas manos como medio necesario para proteger la libertad de los ciudadanos, pues como decía Montesquieu «quien tiene poder tiende a abusar de él».
Como forma de vida, la democracia significa convivir dentro de una sociedad donde todos tengan las mismas oportunidades y exista tolerancia entre los habitantes. En palabras de un personaje de La noche de la iguana, de Tennessee Williams, «Fred era un hombre que vivía y dejaba vivir».
Costa Rica puede considerarse una democracia, tanto por su sistema de gobierno como por la forma de vida de sus habitantes.
Nuestro sistema de gobierno obedece a los principios de la democracia occidental: elecciones libres y periódicas para escoger a los gobernantes, existencia de una efectiva división de poderes y respeto de los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Como forma de vida, nuestra sociedad se caracteriza por ser tolerante y con vocación para que todos disfrutemos los mismos derechos y tengamos igualdad de oportunidades para desarrollar nuestros proyectos de vida.
Toda democracia, por definición, siempre está en peligro, pues es producto de un plebiscito que debe ganarse todos los días.
La democracia no es un producto acabado. Por el contrario, es un elan al que aspiramos cotidianamente y por el que luchamos sin descanso a sabiendas de que es inalcanzable como el horizonte.
No debemos desmayar en nuestra lucha incesante por forjar todos los días una democracia real y operante en beneficio de todos los que tuvimos la suerte de nacer en esta tierra y de los que por diversas razones conviven con nosotros aunque hayan nacido en otros países.
Por ello, es justo recordar a las figuras más preclaras que cimentaron las bases primero y luego consolidaron nuestra democracia: Braulio Carrillo, el arquitecto del Estado costarricense; Juanito Mora, el libertador; Mauro Fernández, Ricardo Jiménez y Cleto González, los forjadores de nuestra ideología liberal; y José Figueres, el costarricense más importante del siglo XX y padre de la democracia actual.
Es justo también rendir homenaje al personaje más sobresaliente que ha permitido que la democracia hinque profundamente sus raíces en nuestro país y se proyecte hacia la historia: el ciudadano costarricense común y corriente, pues es él quien ha permitido capear con éxito las vicisitudes vividas durante casi 200 años de vida independiente.
Por eso, como dijo certeramente el expresidente uruguayo José María Sanguinetti: «Donde hay un costarricense, esté donde esté, hay libertad».
El autor es abogado constitucionalista.