Ojalá estén pasando bien y seguros estos días de fin de año. Ojalá. Ojalá, por cierto, es una palabra de origen árabe, que significa “si Dios quiere”. Y, como entre ellos Alá es Dios, entonces, tenemos el castizo ojalá entre nosotros, algo nada raro luego de ocho siglos de presencia musulmana en la península ibérica. Sé que me fui por la tangente, pero la digresión vale para que vean que, aun en los días finales del año cristiano, se nos cuela un recordatorio de que el mundo es mucho más ancho, mestizo e híbrido de lo que muchos creen o, desde el supremacismo cultural, desean.
Vuelvo a donde iba. Ojalá, pues, la estén pasando bien las personas que descansan y las que tienen que trabajar; las que tienen la fortuna de tener buena salud, pero también las enfermas o en recuperación, que siempre son posibles los buenos momentos pese a las circunstancias. ¿En qué otra época del año somos tan desinhibidos como para desear lo mejor a personas que no conocemos ni tendremos esperanza de hacerlo? ¿Y que nadie lo vuelva a ver raro, como al loco del pueblo?
Es que esto de escribir una columna al cierre del año siempre tiene algo extraño, que no deja de fascinar. La sensación de soledad de quien escribe es inescapable, pues quizá nadie pondrá atención a otra columna de opinión publicada en un momento tan inoportuno, cuando las personas quieren aflojar, tema sobre el que alguna vez escribí hace ya varios años. El dejarse abrazar por el pensamiento mágico, medio infantil, de esperanza en el nuevo año que se iniciará en breve, cuando no hay nada que apunte a una solución de continuidad en los procesos sociales en los que estamos inmersos.
Al final no queda más que confrontarse con el espejo y preguntarse qué es lo que realmente quiere uno y qué puede hacer. Digo, dadas las cartas con las que cada uno juega o ha tenido que hacerlo. En efecto, si los parabienes que repartimos a diestra y siniestra tienen una pizca de sincero deseo, ¿a qué estamos dispuestos para contribuir a esa paz y prosperidad que deseamos para nosotros, nuestros seres queridos y los demás?
La respuesta que demos a estas preguntas es tanto ciudadana como personal: ciudadana, porque tiene que ver con la voluntad para accionar nuestros derechos y libertades para resolver problemas comunes; y personal, porque la empatía y la solidaridad, indispensables para un mundo mejor, dependen de nuestro corazón.
vargascullell@icloud.com
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.