Desde 1971, el océano ha absorbido más del 90% del exceso de calor provocado por el cambio climático generado por el hombre, llevándolo al borde del colapso. El hecho de que el mundo esté experimentando actualmente el mayor blanqueamiento de corales jamás registrado es una señal de advertencia de los peligros que se avecinan. De hecho, sin una acción urgente, el océano pronto cruzará un punto de inflexión, lo que representa una amenaza de extinción para la vida marina y millones de medios de subsistencia.
El pescado es una fuente clave de proteínas para unos 3.300 millones de personas. Más de 270 millones de trabajadores están empleados en el sector turístico, lo que lo convierte en una de las mayores industrias del mundo, con destinos vacacionales costeros, como las Bahamas y las Seychelles, que tienen una concentración particularmente alta de trabajadores en la industria del turismo. Los arrecifes de coral por sí solos proporcionan bienes y servicios valuados en unos 2,7 billones de dólares al año.
El colapso de la biodiversidad y los desastres relacionados con el clima podrían costar billones de dólares en capacidad productiva perdida, y tener consecuencias de gran alcance para la salud pública, la estabilidad económica y la seguridad global.
La comunidad internacional ha empezado a reconocer las crecientes amenazas que plantean el calentamiento y la acidificación de los océanos. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad de 2022 (COP15) adoptó el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, que establece el ambicioso objetivo de conservar al menos el 30% de las tierras y mares del mundo para 2030, centrándose en las zonas que ofrecen importantes servicios ecosistémicos. Este compromiso “30x30” refleja el consenso científico sobre el nivel mínimo de protección necesario para detener y revertir la pérdida de biodiversidad. Pero los esfuerzos para alcanzar este objetivo, hasta ahora, se han quedado muy cortos: solo el 17,6% de la tierra y el 8,4% de los mares están protegidos en la actualidad, y este último porcentaje solo ha aumentado un 0,5% desde la COP15.

Una mayor inversión en conservación marina aportaría profundos beneficios: unos océanos saludables favorecen la resiliencia de las economías y las comunidades al fortalecer la seguridad alimentaria e hídrica y generar medios de vida sostenibles. Sin reservas marinas, la sobrepesca y otras prácticas de extracción insostenibles seguirán aumentando, lo que podría llevar al colapso de las poblaciones de peces y de las industrias que dependen de ellas.
Asimismo, la contaminación –desde vertidos de petróleo hasta residuos industriales y plásticos– destruirá los hábitats marinos, creando un bucle de retroalimentación negativa.
Una de las mejores formas de proteger estos ecosistemas es establecer y mantener áreas marinas protegidas (AMP) –a las que se suele hacer referencia como los “parques nacionales del mar”–. Los pueblos indígenas y las comunidades costeras, en particular, deberían participar en la gestión y gobernanza de las AMP. Sus conocimientos, conexiones culturales con la naturaleza y prácticas tradicionales son esenciales para preservar la biodiversidad y la conectividad ecológica.
Muchos países carecen de marcos de gobernanza y recursos financieros para crear o hacer cumplir las AMP. La Coalición de Alta Ambición para la Naturaleza y las Personas (HAC, de la que soy directora) puede ayudar en este sentido. Este grupo intergubernamental de 120 países, copresidido por Costa Rica y Francia (con el Reino Unido en el rol de defensor de los océanos), se creó para apoyar a los países miembros en sus esfuerzos por alcanzar el objetivo 30x30.
La HAC ha desarrollado herramientas, conocimientos y asociaciones para ayudar a los gobiernos a identificar sus necesidades, acceder a recursos e implementar soluciones eficaces, ya sea a través de intercambios entre pares, talleres de capacitación u otras vías.
Estos esfuerzos por movilizar nuevos compromisos y mantener el impulso hacia el objetivo de 30x30 están empezando a dar sus frutos. Portugal aprobó legislación para crear la mayor red de AMP del Atlántico Norte, con una superficie de 287.000 kilómetros cuadrados -aproximadamente el 30% del océano que rodea las Azores-. La República Dominicana se convirtió en el primer país caribeño en alcanzar el objetivo de protección del 30% al diseñar una nueva AMP y ampliar una reserva existente. Y Australia ha protegido más de la mitad de su superficie oceánica ampliando dos reservas marinas ya existentes en torno a la isla Heard y las islas McDonald. Otros miembros de la HAC deben seguir su ejemplo.
Por supuesto, los países en desarrollo carecen a menudo de capacidad para movilizar recursos nacionales. Para solucionar este problema, acabamos de lanzar el mecanismo de implementación rápida, que ofrece pequeñas subvenciones para el desarrollo y la aplicación de planes 30x30, en la Conferencia Nuestro Océano, de Busan (Corea del Sur). Este mecanismo proporcionará financiación inicial a los miembros de la HAC para poder acelerar el establecimiento de nuevas AMP, mejorar las existentes y galvanizar el apoyo político a la conservación de los océanos.
El bienestar humano depende de un océano saludable, y salvaguardar al menos el 30% de este ecosistema crítico es el requisito mínimo para garantizar un futuro próspero tanto para las personas como para el planeta.
Al comenzar un año de toma de decisiones de alto nivel sobre la conservación marina, con la Conferencia de Busán –que finalizó el 30 de abril– y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos y el Foro de Economía y Finanzas Azules, ambos en junio, debemos recordar que preservar los mares del mundo para las generaciones actuales y futuras es nuestra responsabilidad colectiva. Parte de esa responsabilidad consiste en proporcionar un salvavidas a los países que tienen la voluntad pero no los recursos para actuar.
Rita Maria El Zaghloul es directora de la Coalición de Alta Ambición para la Naturaleza y las Personas.
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