
Hay decisiones que se toman con una silla vacía. En el mundo empresarial, esa silla suele ser la del accionista que no fue a la asamblea. En la vida democrática, es la del ciudadano que no votó. En ambos casos, alguien más decide por usted. Exploremos un poco más esta analogía.
La asamblea de accionistas es el órgano supremo de una sociedad mercantil. Es el espacio donde los dueños de la empresa ejercen su derecho a decidir. Allí se aprueban los estados financieros, se nombran o remueven directores, se fijan políticas de dividendos, se autorizan fusiones o ventas relevantes, se reforman estatutos y se fiscaliza la gestión de la administración. No es un simple trámite: es el lugar donde se define el rumbo de la empresa.
Participar en estas asambleas permite informarse, preguntar, votar y dejar constancia. Cuando los accionistas no asisten, se debilita el control y se concentra el poder. Las consecuencias negativas son conocidas: decisiones que favorecen a pocos, falta de rendición de cuentas, uso ineficiente de recursos y, en el extremo, pérdida de valor de la inversión. Como se puede ver, la pasividad definitivamente tiene costo.
En esas reuniones puede ocurrir que un accionista minoritario no participe porque piense que “no hace la diferencia”. Pero esto es un error. Su presencia no solo suma quorum, sino que su voto inclina balances ajustados y su voz introduce preguntas incómodas que mejoran la toma de decisiones. Además, la ley suele proteger a las minorías cuando participan; cuando se ausentan, esas protecciones se vuelven letra muerta.
El ámbito electoral
Ahora traslademos esta lógica al mundo electoral. En esta gran empresa llamada Costa Rica, los ciudadanos somos los accionistas del país. Las elecciones son nuestra asamblea periódica. Elegimos autoridades, aprobamos o rechazamos rumbos y premiamos o sancionamos gestiones. El presupuesto público es el “estado financiero” más importante y las políticas públicas son nuestra estrategia de largo plazo.
Cuando los “accionistas-ciudadanos” no votan, el poder se concentra en quienes sí lo hacen. Se nombran gobiernos con respaldo reducido, que promueven agendas que no reflejan los verdaderos intereses de la mayoría y se ejerce un menor control político.
Está claro que las democracias con abstención alta tienden a mostrar menor confianza institucional y peores resultados en el control del gasto y calidad de los servicios públicos (IDEA Internacional, 2023; OCDE, 2022). No votar no es neutral: inclina la balanza, generalmente para mal.
Un voto es pequeño, como la acción de un socio minoritario. Pero los cambios decisivos se construyen con acumulación. Muchas elecciones se definen por márgenes mínimos. Además, votar comunica expectativas y fija límites. En empresas y países, la participación disciplinada mejora la gobernanza. La abstención, en cambio, invita a que otros decidan sin usted.
Ni en la empresa ni en el país conviene no participar. La asamblea —ya sea la corporativa o la democrática— es el mecanismo primordial para cuidar lo que es nuestro. Participar no garantiza aciertos, pero ausentarse casi siempre garantiza errores ajenos. De manera que lo invito a que el próximo 1.° de febrero piense como un accionista: primero infórmese; después, vaya y vote. No deje su silla vacía.
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Christian Hess Araya es abogado e informático.
