
Tal vez usted llegó a ver la noticia de que entré al MIT (Massachusetts Institute of Technology) para mi doctorado. Tal vez ese momento vino acompañado de inspiración, o tal vez se sintió como si fuéramos de planetas distintos, muy lejanos. ¡No lo juzgo! Yo veo un gimnasta del Circo del Sol o una astronauta llegando al espacio y no puedo ni imaginarme el talento detrás de lo que han alcanzado. Sin embargo, rara vez contamos con espacios donde esas personas nos expliquen cómo ese talento no fue más que años de dedicación y lucha. Hoy vengo a contarle mi historia y cómo esa lucha puede empezar en ustedes, aquí y ahora.
Nací en una casa humilde en Montes de Oca. Techo de metal corrugado y piso de cobertor plástico. Mis papás, abuelos, tíos, todos vivíamos en esa casa. En aquella época, ninguno de mis familiares tenía un título universitario. Sin embargo, ellos ejercían su profesión con tal responsabilidad y excelencia, que, ante mis ojos, eran los mejores en lo que hacían. La mejor directora administrativa, el mejor informático, la mejor chef. Ahí fue donde todo cambió. Ya no se trataba del lugar de donde veníamos, sino de con cuánta pasión y lucha nos enfrentábamos al día a día.

Yo me enamoré de la biomedicina, y viniendo de escuela pública y colegio semiprivado, ese sueño de entrar al TEC a estudiar Biotecnología, parecía lejano. Sabía que la probabilidad de entrar a esta carrera era muy baja, así que, en lugar de un solo plan, me tocó diseñar dos, tres y hasta cuatro rutas para conseguirlo. Para mí, la pregunta nunca fue “¿tendré la capacidad de lograrlo?”, sino “¿cómo lo voy a lograr?”.
Con esa misma determinación, recibí todos los retos académicos que vinieron más adelante. No estaba en modo supervivencia, sino en modo construcción. Buscaba cada oportunidad extracurricular para expandir mi perfil profesional. Cada pasantía, cada evento científico. En ese proceso, conocí a quienes serían una pieza fundamental para el resto de mi historia: un par de compañeros de estudio y un profesor que teníamos todos en común esa visión de que íbamos a llegar tan lejos como queríamos.
Juntos aceptamos retos más grandes. Fuimos a la competencia de biología sintética más grande del mundo para representar a Costa Rica. Allí fue donde aprendí el significado de encontrar soluciones donde no las hay. Fui, literalmente, a tocarle la puerta al rector de la universidad en busca de apoyo financiero, llamé directamente a empresarios para invitarlos a que donaran, e incluso convencí a un teatro para que nos regalara un día de función e hice una obra de baile y ciencia para recaudar fondos. Acabada esta experiencia, tenía claro que las puertas estaban allí para ser abiertas.
Al graduarme del TEC, me di permiso de soñar más en grande y la frase “hazlo, aún con miedo, pero hazlo” cobró vida. Tuve la experiencia surreal de compartir con otra tica, Maricel Sáenz, en su proceso de crear su compañía en Silicon Valley. Me tocó mejorar mi inglés de la noche a la mañana y, de alguna manera, confiar en mí misma para poder tener una opinión científica en un campo de estudio que recién conocía. A partir de ahí, mientras el sueño se hacía más grande, el sacrificio también crecía. Despedirme de mi familia, volverme casi una desconocida para algunas amistades, y encontrarme más de una vez sin dinero… solo con una gabacha puesta y la ilusión de que ese sacrificio se convertiría en oportunidades.

Todo ese camino, con sus caídas, dudas y comienzos de nuevo, es lo que hoy me permite tener este espacio donde puedo ser leída. Pero hoy estoy aquí con la claridad de que no lo hice solo por mí, sino porque tenía la convicción de que este camino era posible y que, algún día, muchos ticos íbamos a poder recorrerlo. Espero, con esto, recordarle que tal vez el camino sea largo y desafiante, pero todo lo que necesita para recorrerlo ya está en usted. Lo importante es atreverse a verlo, creerlo y decidirse a luchar por ello.
