He ido indagando con amigos, conocidos y extraños el juicio que les merece, bajo las actuales circunstancias, las próximas elecciones
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Por Carlos Arguedas R.
Como cada día nos acercamos más a las elecciones, se me ocurrió provechoso, para formar criterio, hacer caso omiso de los sondeos de opinión, que frecuentemente solo me revelan hasta qué punto discrepo de la gente, y, en cambio, ir por ahí, indagando con amigos, conocidos y extraños el juicio que les merece, bajo las actuales circunstancias, este acontecimiento.
El resultado de la pesquisa es incierto y desconcertante. Un amigo me ha dicho que él solo se pregunta por quién va a votar cada vez que saca dinero del cajero automático; el resto del tiempo, no. La verdad es que no sé qué ha querido decir, pero he andado repitiéndolo, y a todo el mundo le ha parecido una cosa muy ingeniosa.
A alguien pregunté acerca de candidatos y candidatas, que los hay en abundancia, y me explicó con aire de reproche que los juzgamos a todos muy severamente: cuando tenemos un martillo, todo nos acaba pareciendo un clavo; agregó que él mismo tardó cierto tiempo en aprender que la gente puede tener cualidades que no siempre resultan evidentes. Esto, rebatí, me parece cosa muy riesgosa o muy inútil.
Otro me ha dicho que no se puede saber de lo que cada uno es capaz si no se pone a prueba, pero esto solo conduce lógicamente, dije yo, a que hay que elegirlos a todos: en tal caso, se podría hablar de elecciones con la misma propiedad con que se habla de elecciones en los lugares donde solo hay uno a quien se puede elegir (bueno, a él y a su consorte).
Pregunté a un extraño qué impacto causará en las decisiones electorales la exposición pública de los ruidosos casos sobre los que ya la gente rindió un veredicto, y para mi consternación me respondió en voz baja, después de sopesarlo un rato y mirar para todo lado, que revolcarse en el barro no es la mejor manera de limpiarse.
Un conocido me explicó que la pelea para ponerse durante cuatro años al frente de tantas dificultades y descrédito era tan insensata que le recordaba una frase de Borges: refiriéndose a la guerra de las Malvinas, el escritor dijo que le parecía la disputa entre dos calvos por un peine. Ofendido en mi conciencia cívica, para ponerme a su altura, refuté con una conocida frase de Russell, pero él reincidió en Borges: la patria —afirmó— es una mala costumbre. Arrugué la cara.
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