
Las elecciones de 2026 representan un momento histórico en la política del país: cinco mujeres competirán por la presidencia de la República. Si bien esto puede simbolizar un avance en la representación femenina y un logro en la participación de las mujeres en espacios de poder, la realidad es menos optimista. Que más mujeres se postulen no necesariamente significa que la política costarricense sea más equitativa o que el poder se distribuya de forma justa.
La representación de la mujer no se mide solamente por la cantidad de mujeres en la papeleta, sino por las condiciones en las que compiten y el tipo de poder que ejercen. En Costa Rica, muchas mujeres logran visibilidad en un contexto desigual. Algunas son marginadas por los partidos y los medios, que continúan favoreciendo a las figuras tradicionales. Otras, en cambio, alcanzan proyección pública no por la solidez de sus propuestas, sino por su vínculo con liderazgos masculinos consolidados.
El caso de Laura Fernández es ilustrativo: su candidatura se ha fortalecido al ser vista como la “sucesora” del actual presidente, Rodrigo Chaves. Su popularidad proviene principalmente de la promesa de continuidad del gobierno actual, más que de un proyecto propio. Su figura representa un tipo de liderazgo que no desafía el poder, sino que lo prolonga y reproduce las mismas estructuras que históricamente han limitado la autonomía política de las mujeres en la sociedad.
Mientras tanto, otras candidatas, sin padrinazgos ni apellidos conocidos, deben construir legitimidad desde cero, haciendo campañas con menos recursos y menos exposición. Es esta desigualdad la que demuestra que la representación femenina no depende de cuántas mujeres están en la papeleta, sino de cómo llegan al poder y que buscan hacer con este.
La democracia costarricense será verdaderamente representativa cuando las mujeres puedan aspirar al poder sin depender de herencias políticas, ni tengan que ser evaluadas por los hombres que las respaldan. Hasta entonces, la presencia femenina seguirá siendo un logro simbólico más que un cambio real.
Abigail Solano Valerio y André Sibaja Monterrey son estudiantes de Ciencias Políticas.