No pude devolver a mi mamá, en vida, todo lo que hizo por su familia, mis hermanos, por mí. Hizo tanto que era imposible reintegrarle una mínima parte. Su amor lo expresaba con acciones y una contagiante actitud positiva ante la adversidad. Así, con su resiliencia, carácter y rigurosidad se transformó en agente de cambio social para ella misma y su hogar.
Norma vino al mundo en la crisis de 1929 y le tocó crecer en la crisis de la Segunda Guerra Mundial. Pudo ser por los libros que devoraba desde chiquita, por sus maestros o por el estímulo de mi abuela, que era una convencida de que la educación es la puerta a la superación personal y social.
Contra el “no se puede”, y con el sólido respaldo de su madre, concluyó los estudios en la Escuela Normal de Costa Rica. No satisfecha, concursó y ganó una de dos becas de la Junta de Protección Social para estudiar Enfermería en México. Regresó con el diploma a comienzos de la década de los 50. Eso le abrió las puertas del Hospital San Juan de Dios y luego en su adorado Tony Facio, en Limón.
Mi abuela, nacida en 1903, también fue agente de movilidad social, aunque ni siquiera pudo completar la escuela después de quedar huérfana muy niña. La falta de escolaridad no le impidió tener claro que cada colón que entraba al hogar era para los estudios de su hija y lo que quedara cubría otras necesidades. Mi madre siguió ese ejemplo. En la crisis de principios de los 80, cuando la mitad de la población cayó en pobreza, decidió que, fuera como fuera, sus tres hijos irían a la universidad.
En mi caso, tuve un momento de duda en el cual, saliendo del colegio, decidí no entrar a la U. Hubo psicología. Con palabras y un ejemplo muy concreto, me dio el empujón, y aquí estoy. Mi papá también fue agente de cambio social, pero, sobre todo, con aportes en lo económico: “La educación es lo que les voy a heredar”, nos decía.
Lo tengo claro: mi abuela y mi mamá no son únicas. Está probado que las madres cumplen una función regeneradora en la familia. Son, principalmente, y no tengo claro por qué, agentes de cambio social en el hogar y los hombres no logramos dar la talla. Todos los días recuerdo a mi mamá y la corta frase que le dije múltiples veces porque dice tanto: “Madre solo hay una”. ¡Felicidades a las madres en su día!
Ella era mi mamá, Norma Aurtenechea Vargas, quien laboró como enfermera casi toda su vida en el Hospital Tony Facio, en Limón.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.