Como una suerte de resignación, algunos solemos expresar o escuchar a otros decir “diay, es lo que hay”, que incluso se resume y suena a “es lo quiái”. Resignación, según el Diccionario de la RAE, significa: “Entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en manos y voluntad de otra persona” y “conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades”. A su vez, define adversidad como “suerte adversa, infortunio” y “situación desgraciada en que se encuentra alguien”.
Esta casi lapidaria expresión, que encierra un terrible conformismo, opera duramente contra las personas. Somos conscientes de nuestra situación, pero la aceptamos tal cual es y como es, no importa dónde, no importa cuándo; simplemente es y no es posible hacer nada más que esperar que el infortunio pase, porque el tiempo lo cura todo y “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”.
Otros tantos no dudarán en complementar la tétrica frase con otra que la iguala o la supera cuando se conjuntan: “De por sí hay otros que están peor”. Definitivamente, hay gente impresionantemente ágil para echar el polvo debajo de la alfombra o, simplemente, ver hacia otro lado.
Honoré de Balzac dijo que “la resignación es un suicidio cotidiano”; asimismo, Ernesto Sabato expresó que “hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.
Más o menos relacionada con estas frases, existe otra cuya autoría no me fue posible localizar: “No puedes controlar lo que ocurre afuera, pero sí la forma en como reaccionas a ello”. Es todo lo contrario a la resignación; es serenidad. Esta palabra no implica mansedumbre, sino la capacidad de discernir cuándo cambiar las cosas, cuándo vale la pena intentarlo y con cuáles herramientas, y la capacidad de dejar el asunto y que el silencio hable con su propia sabiduría.
Todo esto viene a colación por lo que a diario ocurre en todos los ámbitos. El “diay, es lo que hay” nos inunda de pesimismo, inacción, conformismo patológico casi anquilosante en lo personal y en lo social. Diría, incluso, que hasta castrante de voluntades. Elimina todo deseo de cambiar, toda intención de ejercer el derecho a exigir cambios y el mínimo deseo de ejercer la responsabilidad de trabajar por el cambio.
Destino inexistente
Se tiene una pareja “porque es lo que hay”, el trabajo en el que se invierten entre 10 y 12 horas al día —incluidos la preparación y los traslados— “porque es lo que hay”, los gobernantes que nos representan y administran “es lo que hay”. Cada uno pondrá los ejemplos que desee.
¡Pamplinas! No es lo que hay; es lo que quisimos que hubiera, por acción u omisión. Pudimos tomar muchas rutas —decisiones— que nos condujeran a lugares distintos. Incluso, personas nacidas en las condiciones más vulnerables y en extremo marginales han podido romper círculos mantenidos por generaciones y dieron otro sentido a sus vidas. No hay “el que nace para maceta del corredor no pasa” o que “la pedrada que está para el perro ni metiéndose al cafetal se la quita”.
Como ciudadanos, tenemos el enorme deber de decidir sobre nuestras vidas y nuestra forma de ejercer la ciudadanía; un ejercicio que entraña sagrados derechos, pero aparejados con profundos y fuertes deberes.
No se vale quejarse por el estado deplorable del parquecito del barrio “pero es lo que hay”, porque en la asociación de vecinos o en el gobierno local “es lo que hay”. Tampoco, lamentarse por el calamitoso estado de la infraestructura pública o de los servicios estatales porque el gobierno de turno “es lo que hay”; o quejarse un día sí y otro también de un ministro o de una ministra, pero no se hace nada, pues de por sí “es lo que hay”.
Insisto en que no es lo que hay. Es lo que hemos querido que haya porque no comprendemos nuestro ejercicio ciudadano. En palabras de Carlos Murillo Zamora, catedrático universitario, necesitamos retomar la educación cívica, pero de manera reformada; comprender que una democracia representativa no es una democracia delegativa, no se trata de entregar nuestro destino y voluntad a otros; ergo, no debemos resignarnos a lo que los otros quieran hacer de nuestras vidas.
Tampoco se vale decir, irónicamente, que tal o cual representante o gobernante no nos representa. Desafortunadamente, sí nos representa, aunque no hayamos votado por él o no estemos de acuerdo con sus pensares, haceres y decires. Con nuestras acciones u omisiones, validamos el resultado que lo llevó hasta el puesto que decidimos de forma libre y democrática.
Compromiso social
Más allá de lo anterior, me resisto a creer que lo que tenemos “es lo que hay”, porque muchísimos costarricenses son ciudadanos de excelentísimas calidades personales y profesionales, capaces de ejercer los más altos cargos de elección popular o por designación directa de los elegidos (ej. ministros). Es que me niego a creer que lo que hay es lo único a lo que podemos echar mano, cuando toda la evidencia indica que hay mucho más.
No debemos mirar con indiferencia que la escuela del pueblo se caiga a pedazos, que del alcantarillado sanitario se desborden las aguas negras con cada lluvia, que los parques sean tomados por las pandillas vendedoras de drogas, que las plazas públicas para deportes estén cerradas.
Tampoco debemos, en lo nacional, ver con desdén que la educación pública sea manoseada por personas con deseos de debilitarla, que metan la mano de forma espuria a la Caja Costarricense de Seguro Social, que se busquen formas oscuras para alcanzar inmorales objetivos; en resumen, que se deconstruya el Estado social de derecho que tanto sudor y sangre costó cimentar, fortalecer y solidificar.
Una de las más fuertes y hermosas frases de uno de nuestros himnos más emblemáticos invita a que “sepamos ser libres, no siervos menguados” porque “derechos sagrados la patria nos da”. Alcemos nuestra frente, hinchemos nuestro pecho y pronunciemos fuerte esa frase; es más, cantemos el himno completo, aunque no sea 15 de setiembre. No nos resignemos. Parafraseando a Sabato: sigamos contribuyendo a la protección de la humanidad.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.