No siempre los medios consiguen los fines que persiguen y no es infrecuente que logren exactamente lo contrario. La contradicción entre objetivos perseguidos por la política y resultados obtenidos ha acompañado la historia. Los filósofos se han resignado a constatar esa paradoja sin ofrecer explicaciones, como parte de la condición humana. La describió Giambattista Vico, pero la acuñó Wilhelm Wundt como “heterogénesis”. Es la palabra del día. Describe con exactitud el contraste entre las pretensiones de los Estados Unidos como potencia hegemónica y el nudo gordiano en que se encuentra.
Si con la palabra “visión” se suele referir a un mapa de ruta para llegar a un destino deseable, nada ejemplifica mejor una errónea capacidad de anticipación que el discurso de Clinton del 3 de marzo del 2000, instando al Congreso estadounidense a apoyar la adhesión de China a la OMC, que ocurrirá en ronda Doha, un año después.
“Me parece irónico —peroraba Clinton— que tantos estadounidenses teman el impacto global de una China poderosa en el siglo XXI”. Mientras releo sus palabras, me pregunto cuántas veces se habrá el expresidente golpeado el pecho. Se burlaba entonces de quienes veían la trascendencia de despertar un dragón de semejante aliento. No en vano se dice en Estados Unidos “let sleeping dogs lie”. Tal vez ese dicho no se conocía en Arkansas.
Su entusiasmo era deslumbrante. Según él estaba abriendo un multilateralismo solo en beneficio propio. Con aplomo aseguró entonces: “Este acuerdo es un camino de sentido único: requiere que China abra su mercado (...) a nuestros productos y servicios en una medida sin precedentes.” ¿Qué habría pensado Deng Xiaoping si lo hubiera escuchado?
30 años antes
El inocente entusiasmo de Clinton no tenía el beneficio de la ignorancia. Habían pasado ya casi treinta años desde la histórica visita de Nixon y Kissinger a Pekín, en 1972. Estados Unidos ya había experimentado 20 años de apertura económica con China, que inundaba el mercado norteamericano de productos de consumo e importaba maquinarias y atraía industrias enteras que se relocalizaban allá.
Sobraban razones para entender que en el tablero Estados Unidos no era el único que jugaba. Por eso, las palabras de Clinton suenan huecas cuando decía: “… si creen en un futuro de mayor apertura y libertad para el pueblo chino, si creen en un futuro de mayor prosperidad para el pueblo estadounidense, si creen en un futuro de paz y seguridad para Asia y el mundo, entonces deben respaldar este acuerdo” (NYT, 3/9/2000).
No se necesitan muchos argumentos para demostrar aquí una heterogénesis. Así lo confiesa Jake Sullivan en la Brookings Institution, el 27 de abril del 2023, en su discurso sobre la renovación del liderazgo económico estadounidense. La Casa Blanca lo desplegó, en su página web, como consejero de seguridad y cercano colaborador de Joe Biden. De ahí la trascendencia de sus criterios.
La frase más decisiva de Sullivan es simple: “…hemos tenido que revisar algunos viejos supuestos”. Pocas palabras, pero no poca cosa. Deconstruye los cimientos de la ortodoxia neoliberal y señala los perniciosos efectos que ha tenido en la economía doméstica y en el debilitamiento relativo de la hegemonía comercial norteamericana.
De forma explícita se refiere a los pilares del Consenso de Washington: la fuerza directiva de los mercados, el sofisma de la teoría de los derrames de la riqueza hacia los sectores desfavorecidos, los daños de la apertura indiscriminada y la errónea asignación del crecimiento económico como un fin en sí mismo.
Y tan explícitas son sus críticas que no tiene empacho en escribir el epitafio del paradigma hegemónico con que el neoliberalismo ha destruido industrias, debilitado países, acentuado brechas territoriales, disminuido programas sociales, agravado la inequidad y agrietado cohesión y representatividad política. Es todo un réquiem. Sullivan habla ya de la necesidad de un nuevo consenso.
La primera víctima del neoliberalismo fue la inversión pública. Todas las ideas que defendían reducción de impuestos, desregulación y privatización apuntaban a minar la gestión pública y así lo reconoce Sullivan: “…en nombre de una eficiencia de mercado excesivamente simplificada, cadenas enteras de suministro de bienes estratégicos —junto con las industrias y los puestos de trabajo que los fabricaban— se trasladaron al extranjero”.
Liberación de China
Efectivamente, si Clinton estaba feliz con una liberalización del comercio hacia China que ayudaría a exportar bienes a Estados Unidos, Sullivan constata que también se exportaron puestos de trabajo y capacidad industrial. Con industrias que amenazaban irse, se debilitó la capacidad negociadora de sus sindicatos. Hubo 30 años de caída de los ingresos reales de los trabajadores. Según Richter (FEM, 12/4/2019), en el 2019, los trabajadores con apenas bachillerato ganaban 3% menos que hace 40 años. Aquellos sin bachillerato ganaban 10% menos que en 1979. ¡Y todavía hay asombro de la furia del Rust Belt y que esa inequidad genere caos y división nacional!
Hubo un formidable crecimiento económico. Eso es verdad, pero no es consuelo. Fue el crecimiento desmedido y desregulado de finanzas y bolsa que hicieron que “…a los ricos les fuera mejor que nunca”. La hipótesis dominante era que cualquier crecimiento era bueno. Se suponía que, si se crecía en un sector, se terminaría “derramando” a otros. Sullivan acepta que esa premisa fue también promesa no cumplida, “…las comunidades manufactureras estadounidenses se hundieron mientras las industrias de punta se trasladaban a las áreas metropolitanas”.
Sullivan comprende que la inequidad tiene mil raíces, pero su relato acepta, por primera vez, que la clave de la desigualdad y la persistencia de la pobreza está anclada en “…décadas de políticas económicas de efecto derrame, así como recortes fiscales regresivos, profundos recortes de la inversión pública, concentración empresarial descontrolada y medidas activas para socavar el movimiento obrero”.
Sullivan pareciera representar un mea culpa colectivo y eso sería loable. Tal vez lo sea, pero su visión, por oficial que sea de la administración Biden, se enfrenta a un doble proceso: deconstruir un consenso todavía dominante y construir otro todavía incipiente. Uno aún alimenta los intereses de las élites que rigen y el otro aún no tiene garras. Él lo acepta. Falta saber el destino que aguarda a las confesiones revisionistas de Sullivan.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.
:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/PDYZQCIDFRB4XNRIHEYAAEJFMU.jpg)
La apertura económica de Estados Unidos con China inundó el mercado norteamericano de productos de consumo, maquinarias e industrias enteras. Imagen de Shutterstock (Shutterstock)