La amenaza rusa a Ucrania no es la única crisis potencial en Europa del Este que podría llegar a ocurrir este año. La República de Bosnia-Herzegovina se encamina hacia un período de profunda agitación política, ya que se ha programado para el próximo mes de octubre la celebración de elecciones, cuya importancia es crucial.
Bosnia nunca ha sido un lugar sin complicaciones. A finales del siglo XIX y principios del XX, generó una crisis tras otra, contribuyendo con el pasar del tiempo al estallido de la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, luego de la desintegración de Yugoslavia, a finales del siglo XX, fue el escenario de una feroz guerra entre serbios, croatas y musulmanes bosnios (los bosniaks).
Los Acuerdos de Dayton pusieron fin al conflicto en 1995, después de que aproximadamente 100.000 personas fueron asesinadas, incluidas aquellas que perecieron durante la masacre genocida de Srebrenica en julio de dicho año, y de que millones más de personas fueron expulsadas de sus hogares.
El siguiente paso fue construir un Estado funcional a partir de los escombros remanentes. Sin embargo, las únicas estructuras funcionales que quedaban eran los ejércitos de los tres citados grupos, y muchos líderes locales veían la paz simplemente como algo que estaba un poco por encima de una continuación de la guerra por otros medios. Pronto se desvanecieron las esperanzas en que una nueva generación de líderes no nacionalistas surgiera de las cenizas.
Si bien la ayuda internacional ha transformado el país, cubriendo la mayor parte de los vestigios de la guerra, su política sigue siendo profundamente disfuncional, debido al continuo dominio político de los partidos nacionalistas. Consiguientemente, la posibilidad de que Bosnia se adhiera a la Unión Europea parece estar cada vez más lejana.
Disputas entre políticos
En su informe anual del 2021 sobre Bosnia, la Comisión Europea señala que “los líderes políticos continuaron participando en disputas políticas poco constructivas y mantienen una retórica divisiva”.
Prácticamente no hubo avances en el cumplimiento de los 14 puntos de referencia para comenzar las conversaciones sobre su adhesión a la UE y que “durante la pandemia continuaron manifestándose con fuerza los efectos negativos de la corrupción generalizada y de las señales que apuntan a la captura del proceso político”. Ni los funcionarios judiciales ni los líderes políticos han logrado afrontar estos problemas.
Además, debido al “fenómeno generalizado de la corrupción” y a un sector público “ineficiente y sobredimensionado”, el PIB per cápita de Bosnia sigue siendo solo un tercio del promedio de la UE. Se estima que medio millón de personas han abandonado el país a lo largo de los últimos años, y se ha quedado sin valiosos jóvenes talentos.
A Bosnia le debería ir mucho mejor 26 años después de que terminó la guerra. En cambio, se avecina otra profunda crisis. El líder serbobosnio, Milorad Dodik, está haciendo resonar tambores nacionalistas que promueven e impulsan la idea de que la República Srpska (una de las dos regiones mayoritariamente autónomas del país) debe demandar una independencia aún mayor frente al gobierno central.
La retórica se intensifica en todos los bandos, lo que ha llevado a que Christian Schmidt, alto representante de la UE para Bosnia-Herzegovina, realice llamados pidiendo otra intervención internacional.
Parálisis y desconfianza
Pero esta es la medicina equivocada para el mal que aqueja a Bosnia. Un factor de la actual crisis política es una polémica nueva ley que prohíbe la negación del genocidio, impuesta el verano pasado por el alto representante internacional saliente apenas unos días antes de dejar su cargo.
Los serbobosnios respondieron de inmediato retirándose de las funciones ordinarias del Estado, y desde entonces Dodik ha emitido estridentes ultimátums.
Dodik ocasionalmente hace llamados para que la República Srpska se separe por completo de Bosnia. Esta retórica hace que él capture titulares en las noticias, pero sus palabras no deben tomarse en serio. Al fin y al cabo, tanto Serbia como Rusia han pedido claramente que se respete la integridad territorial de Bosnia.
Pero la crisis profundizó las divisiones nacionalistas en Bosnia y puso de manifiesto la confusión que se ubica dentro del corazón del presunto papel que desempeña la comunidad internacional en el país.
¿Se supone que Bosnia es un protectorado, en el cual la comunidad internacional puede diseñar, imponer e implementar decisiones a su antojo? ¿O es un país verdaderamente soberano que debería resolver sus propios problemas?
En cierto sentido, la oficina del alto representante internacional, un cargo que fui el primero en ocupar tras la guerra, ha pasado de ser parte de la solución a ser parte del problema.
En el lado de los bosniaks, la presencia de esta oficina invita a exigir constantemente que se adopten medidas internacionales contra los serbios de Bosnia o los croatas de Bosnia que son reacios, mientras que para estos últimos la oficina infunde temor relacionado con que realmente se llegue a tomar dichas medidas.
El resultado es parálisis y desconfianza, debido a que ninguna de las partes siente la necesidad de sentarse a negociar difíciles acuerdos de compromiso, necesarios para que el país funcione.
Año electoral, año turbulento
Un factor clave en la crisis actual son las elecciones generales de Bosnia, que se celebrarán este año. En las elecciones locales del 2020, los partidos de la oposición lograron avances impresionantes frente a las fuerzas nacionalistas dominantes en Sarajevo y en Bania Luka, que es el centro serbobosnio.
Temiendo más pérdidas, los líderes nacionalistas de todos los bandos están ansiosos por crear una nueva crisis con el propósito de asustar y movilizar a sus bases.
Es fundamental que las elecciones generales se celebren según lo planificado. Pero después de ello, la comunidad internacional debería reconsiderar su enfoque en lo que respecta a Bosnia. Si no está lista para asumir plenos poderes de protectorado, debería dar un paso atrás y dejar que sean los propios líderes del país quienes resuelvan, aunque sea a regañadientes, las cosas.
Ese será un proceso lento y difícil, pero será uno que debe ocurrir tarde o temprano, si se desea que Bosnia tenga alguna posibilidad de funcionar como un país soberano.
En el momento de dar un paso atrás, la comunidad internacional debería establecer dos condiciones duras: la obligatoriedad de mantener la integridad territorial de Bosnia y la permanencia en el país de la pequeña misión militar de la UE, debido a que esta tiene la capacidad de solicitar refuerzos rápidos de la OTAN en caso necesario.
Para Bosnia este año será políticamente tumultuoso. Los nacionalistas serbobosnios querrán que se les delegue más poder, y Dodik, a pesar de las nuevas sanciones estadounidenses contra él, podría tomar acciones muy riesgosas para conseguir el apoyo de sus partidarios.
Al mismo tiempo, los nacionalistas bosniaks exigirán que se centralice más poder en Sarajevo, y buscarán la ayuda de la comunidad internacional para imponer lo antedicho. Los nacionalistas croatas bosnios, por su parte, seguirán profundamente descontentos (no sin razón) con una ley electoral que les niega representación efectiva en el máximo órgano de toma de decisiones del país.
Ciertamente, esta crisis política no es la primera por la que atraviesa Bosnia, ni tampoco será la última. Los llamados a favor de otra intervención internacional masiva no causan sorpresa, pero sí son desacertados.
Bosnia ya no debería ser tratada como un protectorado. Si bien Estados Unidos y la Unión Europea continúan estando listos y dispuestos a brindar ayuda, en última instancia, son los bosnios quienes deben asumir responsabilidad con respecto a su país.
Carl Bildt: ex primer ministro y exministro de Asuntos Exteriores de Suecia.
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