
Hay tareas que parecen reservadas para mesías, como aquella que se asignó el presidente Javier Milei de revertir esas múltiples facetas en las que, durante tanto tiempo, el populismo y la idolatría del Estado parasitaron la sociedad argentina.
El problema es que en un país capaz de obras personalistas como Perón, el mesías tienda a creerse también emperador. Uno soberbio que arengaba a la batalla cultural contra sus opositores llamándolos ratas miserables, culos sucios, zurdos de mierda, minusválidos, cobardes, imbéciles o liliputienses. Con la misión, además, de acabar con las prácticas corruptas de la “casta”.
Ese nivel de histrionismo debió haber encendido las alarmas hace tiempo. No solo porque dista de cualquier derecha sensata, sino porque refleja un país desesperado, con partidos políticos corroídos, que lanza su presente y futuro en brazos de aventureros. La deriva tenía que llegar, más temprano que tarde, y comenzó a notarse cuando el personaje devoró al presidente.
El 23 de enero, en Davos, Suiza, Milei pronunció un discurso en el que mezclaba lo divino y lo humano, sin saberse si buscaba resolver la falta de libertad global, solucionar los problemas de Argentina o simplemente provocar.
Aquella fusión entre restaurador moral y vanidad por el aplauso lo ha complacido tanto que no dudó en llamar cobarde, bandido y con mujer corrupta al socialista Pedro Sánchez, presidente del gobierno español. No es que la insolencia deba proscribirse o que se trate de defender lo indefendible; ni más faltaba. Pero tanto el mesías como el regenerador moral deben estar libres de sospecha. De lo contrario, su extravagancia arrastrará hacia un abismo de desquicio.
Fue precisamente la hipocresía moral del gladiador libertario la que evaporó la confianza ciudadana. Primero, fueron los indicios sobre su hermana, la todopoderosa Karina Milei, relacionados con el cobro de comisiones a gestores de criptoactivos, luego de un irresponsable posteo en febrero pasado, cuando el presidente promocionó una criptomoneda que resultó ser una estafa.
Solo el pantano de la burocracia judicial parecía diluir el escándalo. Sin embargo, aún optimista, Milei emprendió la cruzada para enterrar al kirchnerismo en las elecciones bonaerenses del 7 de setiembre. Pero vino la herida de muerte: en agosto, audios filtrados involucraron a Karina Milei en el cobro de coimas del 3% en la compra de medicamentos para la Agencia de Discapacidad.
Desde entonces, el rey anda desnudo, presumiendo aún gobernar, pero con la gobernabilidad a rastras, intentando acallar el escándalo por vías judiciales y argucias peregrinas. La derrota del 7 de setiembre fue estridente, al punto de borrar el margen para las enmiendas o autocríticas. O ya poco importan; los ciudadanos están fatigados con sus excesos y el mercado los ignora, aunque Milei llame a mantener la bandera del equilibrio fiscal.
El juego del ilusionismo de su plan económico se rompió. Aunque el ajuste fiscal fue grande en términos nominales (recorte de subsidios y transferencias, reducción de obra pública, empleos estatales y desregulaciones) estuvo lejos de ser estructural.
El estancamiento competitivo argentino urgía reformas tributaria, laboral y de presiones, pero se diluyeron en los afanes del rey instigador. Empero, si hemos de ser justos, Argentina se encuentra atrapada en la trampa del barco con agujeros. Los tripulantes se sacrifican para achicar el agua con baldes, pero sin reparar en el agujero, lo que mantiene la amenaza de hundimiento latente.
En otras palabras, la sociedad no está dispuesta a hacer los sacrificios para corregir los desajustes fundamentales de un país donde producir es en extremo caro. Tan costoso que los argentinos aprovechan para irse de turismo internacional, mientras el país “arde” económicamente, por lo que el déficit de la balanza turística llegará a cerca de $5.000 millones en 2025. Una faceta que hace más estrepitoso el fracaso del Fondo Monetario Internacional, pues, en términos prácticos, el organismo concede una montaña de dólares en préstamos para que terminen en los bolsillos de los argentinos o se vayan de vacaciones a Miami.
Para colmo, la postal económica luce lúgubre, con previsiones de un irreal crecimiento del 5,4% para el 2025, en medio de una economía frenada, caída de la producción industrial y tasas de interés exorbitantes que no logran siquiera calmar la volatilidad del tipo de cambio. Claro, la potente injerencia del presidente estadounidense, Donald Trump, a favor de Javier Milei evitó lo que parecía una corrida financiera, estabilizando los bonos, las acciones y el riesgo país.
Pero la intervención podría ser muy frágil, no solo porque el problema de fondo es una pérdida de confianza en el gobierno argentino, sino por su naturaleza heterodoxa. El complemento de medidas, como la suspensión temporal de los impuestos a los productos agrícolas para incentivar monetización de dólares y mitigar la escasez de divisas, terminaron siendo un gran negocio para los agricultores. Ahora también son operadores financieros.
El gobierno de Milei ha concluido en términos aspiracionales y Argentina ha entrado en un nuevo círculo vicioso. La pregunta no es solo si sobrevivirá a las elecciones legislativas del 26 de octubre, sino si llevará la economía al abismo. La trampa del rey ha quedado al descubierto.
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John Mario González es analista político e internacional.