
Este domingo 17 de agosto, Bolivia vivirá una elección histórica. Por primera vez en casi dos décadas, el Movimiento al Socialismo (MAS) –que, bajo el liderazgo carismático de Evo Morales y luego de Luis Arce, moldeó la política nacional desde 2006 hasta hoy– llega debilitado, fracturado y sin su fundador en la papeleta.
La inhabilitación de Morales, dictada por el Tribunal Constitucional bajo el argumento de que la reelección indefinida es inconstitucional, ha impactado en el proceso electoral, aumentando la tensión política y social, y abriendo la posibilidad de que el país haga un giro a la derecha.
Escenario electoral inédito
Los bolivianos elegirán al presidente y vicepresidente de la República, junto con los 130 miembros de la Cámara de Diputados y los 36 integrantes de la Cámara de Senadores, para el periodo 2025-2030. Todo el capital político nacional se definirá en una sola jornada, salvo que sea necesario recurrir a un balotaje presidencial.
El proceso electoral se desarrolla en un contexto marcado por una severa crisis económica, una izquierda fracturada, una derecha también dividida pero competitiva, y encuestas que anticipan un hecho inédito desde la instauración de la Constitución de 2009: una segunda vuelta presidencial.
Tras casi 20 años de hegemonía, la erosión del poder masista es evidente. El panorama económico no es menos desafiante. Tras el fin del llamado “milagro económico” que siguió al boom de las materias primas (2004-2014), Bolivia afronta una grave crisis marcada por una elevada inflación interanual de 24,8% (a julio), el agotamiento de las reservas internacionales, alto endeudamiento público, caída de la producción de gas natural, déficit fiscal persistente, presión cambiaria con un mercado paralelo en alza y un modelo de subsidios insostenible. Del lado de los activos, cabe apuntar sus reservas energéticas y sobre todo de litio, una de las mayores del mundo.
Candidatos y encuestas
Con ocho postulantes en competencia, el escenario es fragmentado y volátil. Los últimos sondeos muestran un empate técnico en la cima: Doria Medina y Jorge Quiroga oscilan entre el 21% y el 24%, seguidos de lejos por Rodríguez, Reyes Villa y Paz Pereira. El MAS, representado por el oficialista Eduardo del Castillo, apenas roza el 2%, mientras que Andrónico Rodríguez –candidato disidente, líder cocalero y presidente del Senado– no supera el 7%.
La suma de indecisos (alrededor del 14%), votos en blanco (5%) y nulos (más del 10%) ronda el 30%, reflejan un electorado altamente volátil y un alto nivel de incertidumbre. No se descarta una sorpresa de último momento en un país donde las encuestas históricamente han sido poco confiables.
Doria Medina, empresario de centroderecha, y Quiroga, expresidente y de derecha, comparten una agenda de reformas estructurales: fuerte recorte del gasto público, privatizaciones, eliminación de subsidios a los combustibles, apertura a la inversión extranjera y reforma integral de las políticas comercial y exterior. Propuestas que entusiasman al empresariado y a los mercados –que ya descuentan un posible acuerdo con el FMI–, pero que entrañan riesgos de alta tensión social en un país donde millones dependen de esos subsidios para subsistir.
Campaña digital y riesgo de violencia
La campaña más digitalizada de la historia boliviana, impulsada por un uso sin precedentes de redes sociales y herramientas de IA, ha venido acompañada de un incremento del volumen de noticias falsas respecto al proceso anterior y de un preocupante clima de violencia política.
La retirada de la dirigente indígena Eva Copa, única candidata mujer, por acoso político, reforzó la percepción de un proceso hostil para nuevas voces, mientras que la campaña por el voto nulo promovida por los seguidores de Evo Morales añade tensión y riesgo de deslegitimación del resultado. Todo ello configura un escenario en el que no puede descartarse un periodo poselectoral complejo y altamente conflictivo si los resultados son muy ajustados.
Más que un cambio de gobierno
En este complejo e inédito escenario, se desprenden seis conclusiones preliminares: 1) es altamente probable que se produzca una segunda vuelta el 19 de octubre; 2) el voto de los indecisos será decisivo para determinar quiénes pasarán al balotaje y en qué orden; 3) si las encuestas aciertan, Bolivia experimentaría un voto de castigo al oficialismo, poniendo fin al ciclo político de izquierda del MAS y propiciando un giro a la derecha; 4) el periodo entre la primera y la segunda vuelta (dos meses) será extenso para una campaña que se anticipa muy intensa, en un país con una coyuntura económica frágil y una elevada tensión política; 5) quien resulte electo no contará con mayoría propia en el Congreso, y 6) independientemente de quién gane, el próximo presidente heredará un país dividido, con una economía al borde del colapso, demandas sociales crecientes y un Evo Morales que, desde fuera de las instituciones, seguirá siendo un actor de peso. Su capacidad para movilizar a las bases y presionar en las calles lo convierte en un interlocutor político ineludible e incómodo, lo que hará de la gobernabilidad uno de los principales desafíos del nuevo gobierno.
Para navegar con éxito esta encrucijada histórica, Bolivia necesitará un liderazgo que entienda que administrar el cambio, reorientar la economía, ajustar el gasto público y reducir los subsidios exige no solo cálculo técnico, sino también un manejo político fino para conseguir apoyos en el Congreso y, al mismo tiempo, evitar un estallido social.
En síntesis, lo que está en juego no solo este 17 de agosto, sino también el 19 de octubre –si se confirma la necesidad de disputar un balotaje presidencial–, no es únicamente un cambio de gobierno, sino el riesgo de que la transición marque el inicio de una nueva etapa de inestabilidad crónica. Si la política se convierte en un juego de suma cero, Bolivia corre el riesgo de sustituir la hegemonía del MAS por una hegemonía inversa, igual de excluyente.
La verdadera pregunta no es quién ganará, sino si el país será capaz de iniciar una etapa en la que el poder se ejerza para gobernar con todos y no contra la mitad de la nación. Si eso no ocurre, el “fin de ciclo” podría convertirse en el comienzo de otro capítulo de fractura y desencanto.
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Daniel Zovatto es director y editor de Radar Latam 360.