Gobernar con visión de largo plazo no es un ejercicio retórico. Implica traducir aspiraciones en metas intermedias, verificables y coherentes con el rumbo del país. Sin ese paso, los planes se diluyen en declaraciones y la gestión pública vuelve a navegar a corto plazo.
En el ámbito de la competitividad, el Plan Estratégico Nacional 2050 establece una meta clara para el 2030: elevar el desempeño del país de 56,2 a 61,2 puntos. Cinco puntos en cinco años. No es un número simbólico ni arbitrario; es el esfuerzo acumulado que el país debe mantener durante el próximo ciclo político para permanecer alineado con su visión de largo plazo.
Lo relevante no es solo la cifra, sino cómo alcanzarla. En el capítulo 4 del Informe de Competitividad Nacional, se propone que la mitad del avance provenga de políticas universales: educación, salud, seguridad y servicios básicos. Recuperar aprendizajes perdidos, revertir el deterioro de la seguridad y la salud, y cerrar brechas en el acceso al agua potable. Son áreas en las que retroceder conlleva altos costos sociales y económicos.
Otro tercio del avance dependería de políticas sectoriales clave: conectividad vial, telecomunicaciones, energía y empleo formal. Aquí no se trata de grandes anuncios, sino de mejoras acumulativas que reduzcan costos, eleven la productividad y promuevan la actividad económica. Menos congestión, mejor calidad de Internet, energía más confiable y reglas que faciliten la formalización laboral tienen efectos directos sobre la competitividad.
El resto del avance recaería en la gestión local. Municipalidades que tramitan más rápido, ejecutan mejor su presupuesto, mejoran su red vial cantonal y avanzan en la transformación digital. La experiencia demuestra que muchas políticas fracasan no en su diseño, sino en su aterrizaje territorial.
La lección es clara: ningún pilar por sí solo alcanza. Mejorar la educación sin conectividad, invertir en infraestructura sin gestión local o hablar de empleo formal sin trámites simples produce avances parciales y frágiles.
La competitividad es un engranaje: cuando una pieza no gira, el sistema pierde fuerza. Gobernar con evidencia significa aceptar que el éxito no se mide por anuncios, sino por avances acumulados y sostenidos a lo largo del tiempo.
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Andrés Fernández Arauz es economista.
