La FOD, establecida en 1987, es pionera y líder en muchas cosas, pero me atrevo a destacar como las dos más importantes los modelos pedagógicos y de gestión. Su éxito es palpable en las aulas y en las oportunidades de quienes han pasado por ellas; también, en su agilidad, flexibilidad, transparencia y eficiencia. Por algo es reconocida dentro y fuera de Costa Rica.
El modelo pedagógico, impulsado por los Laboratorios de Informática Educativa (LAI), no concibe las computadoras y redes como fines en sí mismos, sino como instrumentos para promover competencias cognitivas y emocionales entre estudiantes y educadores. Las primeras estimulan capacidades como las de investigar, resolver problemas y mejorar la productividad. Las segundas generan destrezas para interactuar, colaborar y comunicarse; es decir, empoderarse. Ambas dinamizan los programas de estudio.
El modelo de gestión es emblemático de lo mucho que pueden generar las alianzas público–privadas, esenciales para impulsar un bienestar nacional más pleno. El Pronie es resultado de un acuerdo entre el MEP y la FOD, suscrito en 1988. Consolidado por ley y avalado por su transparencia y evaluaciones regulares, permite maximizar la capacidad de decisión, el impacto de los recursos y el desarrollo humano. Según el Octavo estado de la educación, sin sus aportes durante la pandemia “la situación del país sería alarmante”.
En estos 35 años ha beneficiado, de manera directa o indirecta, a casi 2,3 millones de personas. Solo en el 2022, trabajó con 740.695 estudiantes y 12.027 educadores, y en 4.200 centros educativos. ¿Qué pasará con ellos sin el Pronie? Nada bueno. ¿Por qué, entonces, destruir el modelo? Hasta ahora, nadie ha dado explicaciones convincentes. Porque no existen.
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