
Para reflexionar sobre lo que espero de un nuevo proceso electoral y de un nuevo gobierno, debo recapitular aquello en lo que se ha fallado. Estamos al borde de un colapso de múltiple nivel, con una caída de 10 puntos en libertad de expresión y con el pan de cada día de la descalificación del Ejecutivo contra cualquier institución que le exija cumplir con procesos o justificar sus acciones; todo en un contexto, distópicamente, democrático.
Esto último es lo que más me preocupa, porque pone en juego todo lo demás. Por décadas, fuimos reconocidos por nuestra estabilidad y fortaleza institucional, las cuales mi generación heredó, pero las asumimos como una hermosa planta de plástico, que no teníamos que cuidar más. A menos de cuatro meses de nuestra próxima elección, tenemos la responsabilidad de preguntarnos si dejaremos que la democracia se nos marchite sin retorno.
La democracia se basa en acceso pleno y seguro a datos públicos reales y comunicados con transparencia para que el electorado los analice con pensamiento crítico.
La economía de la atención muestra que, ante la sobreabundancia informativa, el tiempo que dediquemos a las propuestas electorales es un bien escaso y valioso, pero, si el mercadeo político opta por sustituir u ocultar verdades por el habitual flujo incesante e intrusivo de propaganda digital, memes y los nuevos productos y chats de inteligencia artificial (sin advertirlo), compartidos por granjas de troles y bots, se arriesga al efecto boomerang, porque la juventud ya no cae en esas trampas y está sacando sus reclamos de las pantallas al mundo real.
Este 17 de octubre, los partidos deberán subir sus programas de gobierno. Revisemos lo que contengan sobre acceso a Internet y alfabetización digital como prioridad educativa, porque una juventud alerta y capaz de identificar discursos políticos vacíos será una gran defensa democrática a largo plazo.
Simpatizo con la frustración y el resentimiento contra las redes de corrupción que han envenenado nuestro Estado y siempre estaré al frente para exigir rendición de cuentas y justicia, pero no permitamos que el enojo se nos convierta en desinterés electoral y, menos, en apoyo a quienes quieren desmantelar el único sistema institucional capaz de objetar y regular la acumulación del poder. Tenemos derecho a exigir que lo correcto es posible.
Florisel Burgos Rodríguez es relacionista internacional y estudiante de Periodismo.