El espejismo distrae; la visión guía. Da un sentido más claro de rumbo y trascendencia a los actos de administrar, negociar, legislar e incluso confrontar, inevitables en democracia.
Los espejismos son instrumentales, ajenos a valores; la visión debe partir de estos, para fijar el destino deseado. Tiene una dimensión ética.
Los pros y los contras que nos rodean, nacionales y globales, son múltiples. Menciono algunos: baja natalidad, envejecimiento poblacional, crisis climática, aceleración tecnológica, dualidad económica, desigualdad social y regional, falta de oportunidades, decepción ciudadana, déficit educativo, proteccionismo ascendente, confrontaciones geopolíticas, delincuencia organizada, disrupciones en el comercio global. ¿Qué tomar, qué dejar, qué acelerar, cómo y de qué protegernos o adaptarnos, y qué potenciar? ¿Con qué propósito y mediante cuáles rutas hacerlo? De su respuesta depende la visión.
El aporte para desarrollarla nos corresponde a todos, aunque de forma diferenciada: cada uno desde lo suyo. La guía debe construirla el gobierno. Ninguno de los precedentes fue muy bueno en hacerlo, aunque lo intentaron. En este no percibo ningún asomo de ella, salvo que por visión entendamos el fiscalismo a ultranza o los datos de las encuestas.
En su lugar, rige la fragmentación del día a día. A veces hay aciertos en hechos o iniciativas, pero con más frecuencia imperan los desaciertos, la impericia, la inestabilidad, la confrontación inducida y las oportunidades perdidas; es decir, la antivisión. Los espejismos, que en algún momento pudieron servir como placebo, cada vez son más borrosos. Presumo que ya no ilusionan. Quizá ni siquiera distraen.
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El autor es periodista y analista.