
La frase “La vida solo puede ser entendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante”, del filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard, explotó en mi mente poco después de un episodio personal en el que mi cerebro sencillamente decidió que era momento de apagarse.
Así, de repente. En un parpadeo, un día se desconectó por dos horas. Tuve “amnesia total transitoria”, así declarada por mi neuróloga. Dos horas de mi vida borradas de mi memoria para siempre. ¿Cómo llegué a ese estado?, me pregunté ese día. Y la realidad es que a veces evitamos ver a tiempo las señales, y otras veces puede ser demasiado tarde.
Luego supe que estaba sufriendo el llamado “síndrome de la vida ocupada”, un estado crónico de perpetua actividad y prisa, donde la persona se siente constantemente abrumada, con poco tiempo para todo y experimenta una desconexión creciente con el presente y con sus propias necesidades.
¿Le suena familiar? Así era mi agenda: compromisos al tope y la mayor parte de tipo laboral; días interminables con pendientes en la bandeja de tareas, horas frente a mi computadora y en plataformas digitales; hiperconectada para los clientes, la empresa, las redes sociales y el “gran compañero” (WhatsApp). ¿Le suena aún más familiar?
El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han aborda este tema desde una crítica profunda a la sociedad actual, argumentando que hemos pasado de una sociedad disciplinaria, caracterizada por la prohibición y el mandato (el “no puede”) a una sociedad de rendimiento que nos empuja a la autoimposición del "Sí, puedo… ¡y con todo!". Por eso, él la llama ”la sociedad del cansancio".
Mis alertas se dispararon. Había caído en el culto al rendimiento, algo por lo que la vida siempre me había premiado: ser “excepcional y altamente productiva”.
El “síndrome de la vida ocupada” me describía perfectamente: un estilo de vida caracterizado por una constante sensación de falta de tiempo, estrés crónico y la necesidad de estar perpetuamente ocupados, y aunque no es un diagnóstico clínico oficial, sus primeras investigaciones se empezaron a conocer del CPS Research en Glasgow, Escocia.
Este síndrome es reconocible por la necesidad de actividad constante. Se manifiesta cuando la persona tiene la necesidad de estar haciendo algo siempre y evita cualquier momento de inactividad o descanso. En automático, busca estar optimizando el tiempo siempre.
Después de mi episodio cerebral, me hice una única pregunta: ¿Y si todo lo que nos han contado sobre ser productivos es en realidad una trampa que está robándonos la vida?
Evidentemente, comprendemos el impacto que tiene en la salud. Un estrés crónico derivado de este síndrome puede tener consecuencias muy serias para la salud mental y física, incluyendo ansiedad, agotamiento, problemas de sueño y dificultades de concentración, por mencionar lo menos.
Al mirar hacia atrás, como menciona la frase de Kierkegaard, comprendí que les ponemos etiquetas bonitas a las cosas para no enfrentar verdades incómodas. A la autoexplotación la llamamos "productividad". Al desenfreno, le decimos “vida ocupada”. Y a la inconsciencia de vivir quemados, la disfrazamos de “éxito“.
Es la paradoja del rendimiento: creemos que optimizando cada minuto somos más productivos, y en esa carrera frenética por hacer MÁS, terminamos con MENOS: menos tiempo, menos salud, menos amigos y menos significado.
Vivimos en una sociedad moderna, con exigencias laborales y personales, y en medio de la omnipresencia de la tecnología, que contribuye a este estilo de vida hiperocupado.
Entonces, ¿cómo hacemos en un mundo que no para y que nos está consumiendo? Les comparto algunas medidas:
1) Desconexión digital consciente. No se trata de ir en contra de la tecnología, sino de establecer límites saludables.
2) Cultivar el “tiempo consciente” y el “monotasking". En lugar de saltar entre tareas, dedique bloques de tiempo a una sola actividad, eliminando distracciones.
3) Reclame la “no-productividad”. Permítase momentos de absoluta inactividad sin sentir culpa. Aprenda a identificar prioridades reales, aquellas que lo construyan en lugar de que lo consuman.
Tal vez sea tiempo de no caer en la “tiranía de la excepcionalidad”, esa presión cultural por lograr constantemente éxitos excepcionales, en que sentimos que siempre debemos estar haciendo más y logrando más para ser valiosos o sentirnos “suficientes”.
Tal vez hoy sea un buen momento para construir una productividad que nos permita gozar de la vida hacia adelante, en lugar de estar entendiéndola hacia atrás.
bmartinez@organizacionespositivas.org
Betsy Martínez Montero es promotora e investigadora del florecimiento humano y organizacional. Especialista en Psicología Positiva y en transformación de culturas y organizaciones. Fundadora del Instituto de las Organizaciones Positivas y Docente en Programas de Liderazgo, Bienestar y Coaching.
La autora presentó esta ponencia en el más reciente TEDxPura Vida, el pasado 7 de agosto en el Auditorio Nacional, en San José.