Rapero puertorriqueño Bad Bunny. (Diana Mendez)
Durante el concierto que dio en Costa Rica Bad Bunny, nombre artístico de Benito Antonio Martínez Ocasio, a una parte del público se le invitó a subir al escenario a “perrear” con el cantante.
Una joven, cuyo seudónimo en una red social es piscis.baby, resultó elegida. Después de la actividad, ella publicó varios videos donde narra cómo vivió la aventura, y obtuvo como respuesta la viralización de sus publicaciones, en la mayoría de los casos, para “basurearla”, como suele decirse modernamente.
El fenómeno me da la oportunidad de analizarnos como país, como nos la dan las vitrinas de las tiendas frente a las cuales pasamos mirándonos de reojo, por miedo a darnos cuenta de que algo nos hace ver mal.
Por eso, con fines sociológicos, les ofrezco la tipología que organicé a partir de las variadas respuestas de odio que se publicaron contra piscis.baby.
Los doctores: grupo compuesto por gente con complejo de psicólogo, psiquiatra y médico general, reflejado en textos como “entonces todo se debió a que no oxigenó”, “El DSM-5 explicado en un tiktok”, “Viva la Sele!”.
Comentarios dirigidos al cuerpo y la mente de ella, un ataque como a una enferma o, por oposición, fingiendo ignorarla para enfermarla. Este conjunto de tuits, o mejor dicho, la gente que los escribió, se caracterizan por presuponer superioridad, casi siempre de carácter moral, frente a los sujetos de su aborrecimiento. Esto es lo que les da, según su propia lectura, impunidad.
Su estrategia se corresponde con la vieja costumbre, clásica de los sistemas autoritarios, de deshumanizar al enemigo para que el ataque no ocasione ningún castigo ni se juzgue malamente, como detalla el lingüista neerlandés Teun van Dijk.
Los sarcásticos: integrado por decenas que ponían en entredicho los hechos —en particular, si el cantante dio un beso a piscis.baby o no, como ella afirmó en una de sus publicaciones— o se mofaron de su importancia: “Puse el video varias veces para preguntar: ¿Cuál beso?”, “No vi beso, no, no, no y no”, “pooooor diossssssss”, “qué pecao. Por el amor de Cristo Rey”, “¿cómo desveo esto?”.
Este recurso es muy usado por los matones intelectuales —con frecuencia más dogmáticos y coléricos que intelectuales—, muchas veces autodescritos como progresistas, con el propósito principal de humillar a su víctima. En varias de sus investigaciones, la Asociación Estadounidense de Psicología describe el uso del sarcasmo como medio común para ejercer violencia contra las personas que tengan la desgracia de ser objeto de atención.
Los “coprólogos”: personas delicadas de estómago que relataron los padecimientos físicos que sintieron al verla hablar: “Me dio agruras este video”, “me vomito” escribieron una y otra vez, en una dramatización exagerada de la tirria que les producía la joven.
Que la publicación de alguien provoque evacuaciones de vientre líquidas es un asunto que debería de preocupar al diarreico, pero también a quienes compartimos suelo con él: no solo se “enferma” por lo que no tolera, sino también padece una disposición de ánimo tal que, contrario a esconder su miseria, como aconseja el más elemental sentido del amor propio, alardea de ella.
Los nacionalistas: decenas se sintieron ofendidos, sobre todo por el hecho de que la mujer hablaba castellano pero incluía frases en inglés: “¿por qué ‘spaningles’???”, “Usted es tica? Yes Ovbiosly!”, comentaron sin cesar. Los puristas del idioma probablemente desconozcan la hibridez cultural que, en hora buena, nos habita en cada cosa que hacemos y somos como nación y como costarricenses.
Los envidiosos: incluyo en este apartado, de buena gana, a todos los anteriores más a los que, al negarlo, se confirmaban como tales: “Ella toda intensa y el ya no sabía cómo sacársela, en serio no es envidia se nota mal que él estaba incómodo tratando de alejarla”. De los envidiosos nada más recordaré lo que Dante les hizo para impedir que disfrutaran del mal ajeno.
Puedo argumentar que se trata de un sector de la población muy específico, probablemente entre los veinte o treinta años, con cierto nivel adquisitivo y educativo, para que eso nos haga sentir menos pesimistas.
Pero puedo advertir, asimismo, que lo común en todos ellos es el hate y su respectiva cobardía, expresada en un comportamiento de horda. Visto así, el asunto no debe ser clasificado de comportamiento menor, sobre todo, si tomamos en cuenta el aumento del acoso cibernético en el mundo, según varias investigaciones internacionales, entre las que se cuentan las realizadas por la Organización de las Naciones Unidas y algunas nacionales elaboradas por universidades públicas.
Nos muestra una sociedad que, con todo lo bondadosa que es a veces, no parece muy interesada, por un lado, en contribuir a que seamos mejores, sino que elige desviar la mirada frente al sufrimiento, y, por otro lado, escoge ser fuente y razón del malestar ajeno, porque, al parecer, le gratifica de alguna forma.
Tal vez sea porque en estos tiempos esta clase de actuaciones son consideradas cool, por lo menos debido a que la selva que siempre hemos sido ahora tiene música, anonimato, inmediatez y ofrece un trono a quienes, de otra forma, tendrían que confesar como el personaje de la novela rusa Memorias del subsuelo, un individuo con una opinión elevadísima de sí mismo que desprecia a los demás: “Soy un hombre enfermo... Un hombre malo. No soy agradable”.
La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.