
Rodrigo Chaves fue elegido presidente en segunda ronda, con un el 52% de los votos (el 29% del padrón) contra el 47% de un candidato y un partido muy desgastados. Fue una victoria relativamente fácil, aunque sustentada más en el rechazo a su adversario que en méritos propios.
No obstante, ya en el ejercicio de la presidencia, Chaves ha logrado mantener índices de aprobación muy altos. Esa aprobación no se debe a logros de su administración –él mismo se queja de que no lo dejan gobernar–, sino a que ha convertido la presidencia en un púlpito desde el cual destila semanalmente desprecio por la historia, las instituciones y, en última instancia, la democracia del país que gobierna.
Esa prédica de desprecio ha hallado eco en una parte considerable de la sociedad, que se siente frustrada básicamente por dos factores: la creciente desigualdad y el deterioro de los servicios públicos. El desprecio es el lujo que pueden permitirse quienes se sienten maltratados por un sistema injusto y disfuncional.
Si el cuerpo social estuviera sano y robusto, habría rechazado las diatribas presidenciales, pero lo cierto es que el paciente venía ya enfermo y débil. La ácida retórica de Zapote lo que ha hecho es echar sal en la herida, exacerbar el malestar y convertirlo en capital político.
Eso, aunque beneficia al presidente y sus aliados, agrega un daño más al país, porque intoxica el diálogo social. Costa Rica parece padecer, así, una enfermedad autoinmune. En estas, los anticuerpos atacan no solo los virus, bacterias o toxinas que invadan el organismo, sino que también atacan tejidos y órganos sanos. Son procesos autodestructivos para el cuerpo.
Algo similar ocurre cuando una sociedad se obsesiona con sus propios errores y debilidades, perdiendo de vista sus logros y virtudes y, sobre todo, su potencial. Eso ha venido ocurriendo en nuestro país, al menos a los ojos de una parte de la población.
Las próximas elecciones serán un diagnóstico sobre la salud cívica del paciente. Permitirán saber hasta dónde ha calado ese espíritu de pesimismo radical, ese virus cínico y antidemocrático.
Las encuestas sugieren que Chaves ha logrado, en gran medida, heredarle su capital político a Laura Fernández. Las fuerzas que se les oponen están dispersas y desorientadas. Podríamos entrar en un túnel autoritario que nadie sabe cuánto durará. Recordemos, sin embargo, que en las elecciones de 2018, el electorado convergió en la segunda ronda en torno a un candidato, Carlos Alvarado, que poco antes no destacaba. Lo hizo ante lo que entendió como una amenaza a la cohesión social y la convivencia. Está por verse si esta vez lo hará de nuevo.
En cualquier caso, se impone una revisión a fondo del sistema que nos llevó hasta aquí, ese sistema que condujo a una excesiva concentración de los ingresos y, al mismo tiempo, al deterioro de los servicios públicos de educación, salud y seguridad, entre muchos otros.
Ese sistema ineficiente e injusto, que ha creado privilegios y rezagos inadmisibles desperdiciando, además, el enorme potencial humano y natural del país, el capital social creado por tantas generaciones. Hay mucho que corregir, en serio, si no queremos que el paciente pase a una fase terminal de demagogia y populismo autoritario. Todavía estamos a tiempo.
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Carlos Francisco Echeverría fue ministro de Cultura, Juventud y Deportes.