Las Naciones Unidas están convocando una reunión especial para concientizar e impulsar el debate público sobre cómo la reforma del sistema alimentario nos ayudará a alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible. Pero el mundo necesita mucho más que una cumbre sobre los sistemas alimentarios. Necesita una revolución alimentaria.
Habida cuenta de que la capacidad de la naturaleza para sustentar la vida humana ya alcanzó un punto de ruptura, cambiar lo que ponemos en nuestros platos se ha convertido en una prioridad urgente, una prioridad que desempeñará un papel crucial en la determinación de las futuras condiciones de vida en el planeta.
A lo largo de los países del G20, la mayoría de las personas (el 60 %) saben que debemos hacer una transición rápida hacia las energías renovables en esta década. No solo las tecnologías necesarias están cada vez más disponibles y son más asequibles, sino que la presión tanto de la sociedad civil como del sector financiero es cada vez mayor. Sin embargo, solo el 41 % de las personas reconoce que también necesitamos transformar nuestros sistemas alimentarios en esta década decisiva. Esta flagrante brecha en la concientización de las personas demuestra que necesitamos una llamada de atención.
Durante décadas, los ecosistemas terrestres han estado absorbiendo alrededor del 30 % del exceso de emisiones de dióxido de carbono, protegiéndonos así de las peores crisis climáticas, pero durante los últimos 50 años hemos aniquilado, cuando menos, la mitad de estos activos naturales.
Por ejemplo, cuando los bosques se destruyen con fines de producción industrial de alimentos, dejan de absorber CO2 y empiezan a emitirlo. Los activos que contribuían a la resiliencia del planeta se convierten de repente en pasivos que la socavan. Este doble golpe es la razón por la cual la producción de alimentos ahora da cuenta de más de un tercio de las emisiones mundiales.
Nos hallamos tentadoramente cerca de estar bien encaminados hacia un futuro libre de combustibles fósiles, pero ese logro significará poco para las generaciones futuras si no transformamos también nuestro sistema alimentario. Así como estamos empujando a los combustibles fósiles hacia su jubilación (si bien les agradecemos por todo lo que han hecho por nosotros), también debemos eliminar gradualmente la agricultura industrial.
La agricultura industrial se diseñó con el noble propósito de alimentar a una población en crecimiento, pero ya no es apta para ese propósito. El sistema actual, además de su enorme contribución al calentamiento global (el cual causará mayores pérdidas de cosechas, incrementando el hambre), es un modelo que origina enorme desperdicio de alimentos, monopolización de las semillas (que deja a los pequeños agricultores a merced de las corporaciones multinacionales), degradación de los suelos que alguna vez fueron fértiles, vías fluviales envenenadas y una pérdida catastrófica de biodiversidad.
Todo ello constituye una injusticia que ya no podemos tolerar. En última instancia, si le fallamos a la naturaleza, le fallamos al clima y nos fallamos a nosotros mismos.
Muchas personas reconocen que nos estamos acercando a peligrosos puntos de inflexión climática, y la mayoría de las personas (el 82 % en los países del G20) quieren un cambio que proteja la naturaleza. Entonces, mostrémosles cómo sería eso. La Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de este año es una oportunidad para generar impulso en algunas de las áreas más prioritarias de la reforma del sistema alimentario, por ejemplo, necesitamos urgentemente convertir la agricultura regenerativa en el modelo dominante mundial. Esta forma de agricultura se basa en prácticas agrícolas y de pastoreo que nutren el suelo, en lugar de matarlo.
Además, para seguir satisfaciendo las demandas nutricionales de la población global, también debemos expandir los lugares donde se cultivan los alimentos. La agricultura puede practicarse en todos los espacios disponibles: azoteas, balcones, lugares de estacionamiento, campos y huertos familiares. Y, finalmente, tenemos que cerciorarnos de que las personas comprendan que lo que comemos puede contribuir directamente a nuestro propio bienestar, así como al del planeta.
No estamos empezando de cero. La Comisión EAT-Lancet ya definió científicamente una dieta que nutriría tanto a las personas como al planeta. Esta dieta, que está fácilmente disponible para todo el mundo, se distingue por una reducción drástica en el consumo de carne y un aumento proporcional de proteínas de origen vegetal.
Las proteínas de origen vegetal son para el sector alimentario lo que las energías renovables son para el sector energético. Al ser seguras, sabrosas y cada vez más asequibles y accesibles, estas proteínas pronto proliferarán ampliamente, en parte debido a que los inversionistas ya ven su potencial de mercado. En el año 2040, los niños se horrorizarán al saber que solíamos producir y sacrificar masivamente animales en granjas industriales, al igual que se sentirán incrédulos acerca de que solíamos conducir automóviles que arrojaban gases tóxicos al aire.
Otra buena noticia es que estamos fortaleciendo rápidamente nuestra comprensión de la relación entre la salud del suelo y la producción de alimentos. Ya sabemos cómo mejorar las rotaciones de cultivos y estamos expandiendo la agricultura basada en la conservación y el uso de los sistemas de recolección de agua. Esto nos permite alejarnos del arado, que irrita el suelo y libera emisiones de carbono.
Además, el Land Institute está desarrollando nuevas formas de cultivos de alimentos básicos de ciclo perenne, en lugar de cultivos de ciclo anual. En vez de tener que sembrar sus semillas cada año, los agricultores podrán cosechar la misma planta durante cuatro, cinco o seis años seguidos. Y debido a que estos cultivos de ciclo perenne tienen sistemas de raíces que son más profundos que aquellos de los cultivos anuales, poseen mayor resiliencia y absorben más carbono en el suelo. También se requiere mucho menos diésel en los tractores.
Sabemos que podemos movernos rápidamente como comunidad mundial cuando lo necesitemos. La pandemia nos ha enseñado que es posible un cambio rápido. Ahora, debemos asignar la misma urgencia (e incluso un mejor seguimiento) para arreglar nuestra relación con los alimentos y con la forma como los producimos.
Nuestro sistema alimentario es nuestro mecanismo de soporte vital más esencial, pero no podremos transformarlo a tiempo si solo una minoría de nosotros somos conscientes del desafío.
La cumbre de este año es una oportunidad de concientización; sin embargo, debe entenderse como un paso en el camino. Cada uno de nosotros puede dar un paso más con cada comida que comparte. Cambiar lo que comemos es un acto radical que hará que nosotros y la naturaleza seamos más sanos y felices.
Al tomar decisiones alimentarias conscientes de la naturaleza, y al ayudar a correr la voz al respecto, cada uno de nosotros contribuye a mantener el calentamiento del planeta dentro del límite de 1,5 grados Celsius, establecido en el Acuerdo de París. Un plato más saludable nos conduce hacia un planeta más seguro.
Christiana Figueres: socia fundadora de Global Optimism, fue secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del 2010 al 2016, y tuvo a su cargo la supervisión del histórico Acuerdo de París sobre el cambio climático, adoptado por 190 países y la Unión Europea.
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