
El G-20 es un foro de discusión de diversos temas orientados a la promoción de la estabilidad financiera internacional. Además, propicia un espacio deliberativo tanto político como económico. Fue fundado en 1999 y está conformado por países industrializados y economías emergentes que, en conjunto, representan el 66% de la población mundial y el 85% de la producción global.
En 2024, la reunión se celebró en Brasil; este año, en Sudáfrica, y en 2026 tendrá lugar en Estados Unidos de América.
La reunión más reciente se realizó en noviembre pasado, en Johannesburgo, Sudáfrica, país regido por un sistema parlamentario y catalogado como una economía emergente de ingreso medio. Presenta un Índice de Desarrollo Humano de 0,741, considerado alto, pero contrasta con una desigualdad persistente, medida por un Índice de Gini de 0,63. Sudáfrica cuenta con tres capitales: Pretoria, capital administrativa o ejecutiva; Ciudad del Cabo, sede del Parlamento, y Bloemfontein, distrito judicial.
Johannesburgo es la ciudad con mayor población –alrededor de siete millones de habitantes– y mayor riqueza del país. Posee importantes recursos mineros, como cobre, oro, diamantes y cromo; destaca por su actividad comercial, su industria siderúrgica y cementera, y por sectores avanzados en finanzas, tecnología y servicios. Por estos atributos, no pocos la consideran, erróneamente, la capital del país.
Algunos aspectos del encuentro llamaron particularmente nuestra atención. Veamos.
Multilateralismo
Aunque se elevó el perfil del multilateralismo, cabe preguntarse cuánto tiempo podrá sostenerse, considerando el predominio del unilateralismo con énfasis económico y el enfoque previsto para la próxima reunión, en Miami, Florida.
Se subrayó la importancia de la cooperación entre países para enfrentar los desafíos globales. El llamado no se dirigió únicamente a las autoridades gubernamentales, sino también a la sociedad civil y al sector privado.
Entre los retos señalados figuran el cambio climático, la resolución de conflictos militares mediante la diplomacia y el desmantelamiento de barreras comerciales para dar mayor fluidez al comercio internacional. Estos desafíos solo pueden mitigarse mediante la coordinación de esfuerzos entre un número amplio de naciones.
Desigualdad
Este tema ocupó un lugar central entre los resultados de la reunión, tanto por tratarse de una problemática estructural del país anfitrión como por la conformación de una comisión, encabezada por Joseph Stiglitz (Premio Nobel de Economía, 2001), encargada de presentar un informe sobre el estado de la cuestión.
Conviene prestar atención a los siguientes hallazgos:
Primero: el 1% más acaudalado concentró el 41% de la nueva riqueza generada, mientras que el 50% más pobre recibió apenas el 1%.
Segundo: en el último lustro, la pandemia y los conflictos militares y comerciales agravaron la pobreza y la desigualdad.
Tercero: una de cada cuatro personas suele saltarse una comida al día por falta de medios para acceder a alimentos.
Cuarto (para agravar el panorama): se identifican indicios de asociación entre la captura del Estado por grupos de interés y la concentración de la riqueza. A ello se suman fenómenos como la corrupción, la impunidad, el clientelismo y las puertas giratorias.
En este caldo de cultivo germinan la polarización, la intolerancia y la confrontación social, lo que, de manera gradual, erosiona la cohesión social y debilita la solidez institucional y democrática.
Endeudamiento externo
Este constituye una pesada carga para los países de ingreso medio y bajo, que deben destinar recursos públicos al servicio de la deuda, en detrimento de presupuestos orientados a funciones sociales como infraestructura, educación y salud, lo que a su vez profundiza la pobreza y la desigualdad.
En abril pasado, el Banco Mundial advirtió de que alrededor de 150 países en desarrollo enfrentan una crisis de deuda: algunos, por dificultades para cumplir con sus obligaciones financieras, y otros, por encontrarse ya en la antesala del impago.
Cabe recordar que la pandemia justificó un mayor endeudamiento para financiar equipos médicos, personal, instalaciones y vacunas con el fin de contener la propagación del virus, y Costa Rica no fue la excepción.
Ante este escenario, la reunión propuso que los organismos financieros internacionales flexibilicen las condiciones de financiamiento para favorecer una mayor sostenibilidad financiera de los países.
Finalmente, desde esta villa tropical y decembrina, estas problemáticas no nos resultan ajenas: resuenan desde hace tiempo en nuestra propia realidad.
El G-20 se reúne año tras año para debatir, advertir y buscar entendimientos mínimos que permitan respuestas colectivas. La pregunta, entonces, es inevitable: ¿estaremos dispuestos a extraer lecciones y actuar con la misma seriedad en beneficio de nuestro país?
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Manuel Zúñiga García es economista.