
Escribo sobre temas que me llegan de repente, con fuerza y vitalidad, pero desde hace algunas semanas atravieso un vacío en mi pasión.
Igual que muchísimas personas docentes de escuela, colegio y universidad, llego al final del año agotada física y psíquicamente por el desinterés, la precariedad académica y moral, y la indisciplina estudiantil.
“¿Quién nos defiende a los docentes?”, me dijo una colega, impotente ante una evaluación injusta hecha de forma anónima, como establece el sistema, sin posibilidad siquiera de reclamar la presunción de inocencia.
“Durante un examen, la mayoría de manos que se levantan son para preguntar por las instrucciones: ¡No entienden ni las instrucciones!”, escucho decir a otro.
“No quieren tomar un papel en blanco y un lapicero; prefieren el mínimo esfuerzo, encontrar todo hecho”, asegura alguien más.
La falta de retorno simbólico en el aula nos agota a quienes ejercemos con vocación. El contrato pedagógico ya no es el mismo y aún no sabemos bien qué hacer.
En la política, igual que muchos de ustedes, me encuentro también en medio de un vacío. No sé por quién votar: solo sé que no quiero la continuidad de este gobierno infame con la institucionalidad que hizo posible su elección y desleal con la población, a la que carbonea para fragmentar.
Frente a ello, no pocos opositores muerden el anzuelo y echan más leña insultando al gobierno y a sus seguidores; varias candidaturas se presentan como los “buenos”, dividiendo aún más.
“Ustedes y yo estamos del lado correcto de la historia”, publicó hace poco la candidata a diputada de un partido. No es la única: abundan los discursos de superioridad moral en la política partidaria y en toda clase de grupos que defienden algún derecho o atacan a algún sector (que a veces es lo mismo).
La sobriedad y la profundidad intelectual están en quiebra en el estudiantado, pero, al parecer, también entre muchos profesionales que, en vez de preguntarse por su parte de responsabilidad en el estado de nuestro país, se quedan en los extremos, como en la Guerra Fría.
Nada más fijémonos cuáles intelectuales están de moda, cuyas frases se citan en redes como grandes novedades: frases que empaquetan el pensamiento y lo cierran a la duda. Junto a ellas aparecen otras, posteadas también desde la impostura de ser “muy intelectual”: “Como dijo Robert Redford, es mejor morir que vivir mal”.
Por otro lado, los “Gracias por respetar el tiempo establecido”, “Gracias por haber llegado hasta aquí y esforzarse tanto” se escuchan en las defensas de tesis, convirtiendo en mártir a quien goza del privilegio de estudiar.
“Ese profe es un facho”, pintan en las paredes, sin obligación de demostrar nada, una generación mal llamada de cristal pero que más bien parece de hierro: endurecida, incrédula del diálogo, dispuesta a destruir a quien haga algo que les moleste.
“País de vivazos y puñales”, grita un grafiti frente a la Facultad de Derecho de la UCR, como síntoma del descalabro de nuestro entusiasmo.
Pero por eso mismo escribo esta columna: para no quedarme en ese hueco desafectivo.
Porque, poder, siempre se puede hacer algo, solo que a veces cuesta mucho más y no sale tan bien como una quiere.
Solo que a veces hay que obligarse un poco.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es escritora, profesora catedrática de la UCR y docente tiktokera.
