El presidente Donald Trump planteó en su discurso inaugural que Estados Unidos debería retomar el control del canal de Panamá, argumentando que su devolución en 1999 había sido un error estratégico. Al mandatario estadounidense le preocupan dos cosas: la operación de empresas chinas de puertos en las puntas del Canal y la magnitud de las tarifas que se cobran a los buques que utilizan la vía. Estas manifestaciones reabren debates históricos y políticos sobre la soberanía panameña y su desenlace impactará el balance de fuerzas de China y Estados Unidos en relación con América Latina.
Desde su inauguración en 1914, el canal de Panamá ha sido una de las obras de ingeniería más impresionantes del mundo. Su importancia puede ser entendida en el contexto de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, principios clave de la política exterior estadounidense en el siglo XIX e inicios del XX. La Doctrina Monroe buscaba evitar la intervención de potencias europeas en el hemisferio occidental, mientras que el Destino Manifiesto justificó la expansión territorial de Estados Unidos como un deber histórico. La construcción y posterior control del canal de Panamá encajaron en esta visión estratégica, lo que consolidó a Estados Unidos como la principal potencia del continente y garantizó su influencia en el comercio global.
Concebido inicialmente por Francia, la construcción del Canal enfrentó desafíos insuperables debido a enfermedades tropicales y problemas técnicos que llevaron al colapso del proyecto. Posteriormente, Estados Unidos retomó la construcción en 1904, empleando tecnologías innovadoras y estrategias de salud pública que permitieron completar el paso de 80 kilómetros que conecta los océanos Atlántico y Pacífico. Este canal no solo ha facilitado el comercio mundial, sino que también ha sido un símbolo de poder geopolítico, militar y económico durante más de un siglo.

En 1977, el acuerdo Torrijos-Carter marcó un momento histórico en la relación entre Panamá y Estados Unidos. Dicho tratado, firmado por el presidente estadounidense Jimmy Carter y el líder panameño Omar Torrijos, estipuló la devolución gradual del Canal a Panamá, que se concretó el 31 de diciembre de 1999. Este acto simbólico reafirmó la soberanía panameña y demostró la voluntad de ambos países de establecer una colaboración respetuosa en torno a esta vía estratégica. Desde entonces, el Canal ha sido administrado por la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), una agencia gubernamental que celebra 25 años de gestión efectiva.
El acuerdo también simbolizó una nueva era para Panamá, en la que la nación demostró su capacidad para administrar de manera eficiente una infraestructura tan crítica. Bajo la gestión de la ACP, el Canal ha sido ampliado para incluir un tercer juego de esclusas, lo que permite el tránsito de buques más grandes, conocidos como Neopanamax. Esta ampliación, inaugurada en 2016, ha consolidado al Canal como una arteria clave para el comercio global, lo que ha aumentado significativamente los ingresos del país.
En términos económicos, los ingresos generados por el Canal representan aproximadamente el 6% del producto interno bruto (PIB) de Panamá. Además, estos aportes constituyen cerca del 20% de los ingresos gubernamentales, lo cual deja clara la importancia del Canal no solo como infraestructura comercial, sino también como un motor económico fundamental para el país.
Influencia china
Sin embargo, inquietudes sobre la creciente influencia china en el canal de Panamá han adquirido un lugar prominente en la política estadounidense. Esta influencia incluye la participación de empresas chinas en la operación de los puertos de Balboa, en la costa del Pacífico, y Cristóbal, en el Caribe, que son adyacentes al Canal y fundamentales para el manejo logístico de carga marítima. Además, China ha consolidado su presencia mediante proyectos de infraestructura como el cuarto puente sobre el Canal, diseñado para mejorar la conectividad terrestre en el área.
Empresas chinas también han establecido un importante centro de distribución en la Zona Libre de Colón, liderado por gigantes como Huawei, que facilitan la entrada de tecnología y bienes manufacturados a la región. Estas operaciones no solo destacan la capacidad de inversión de China, sino también su estrategia de expandir su influencia comercial y geopolítica en un país clave para el comercio global. De acuerdo con el China Index, una plataforma desarrollada en 2022 por Doublethink Lab, Panamá es el segundo país en América Latina con mayor influencia china, solo superado por Perú.
Hoy, más de 70% de los buques que atraviesan el Canal están vinculados al comercio con Estados Unidos, lo que subraya su relevancia para la economía norteamericana. La creciente participación de empresas como Huawei en la Zona Libre de Colón y el control de dos de los cinco puertos adyacentes al Canal por parte de compañías chinas también ha generado preocupación sobre el equilibrio de poder global y las implicaciones para la seguridad continental. Aunque Panamá insiste en que la soberanía sobre el Canal es incuestionable, estas tensiones reflejan el complejo balance que el país debe mantener entre las principales potencias.
La historia reciente ha evidenciado cómo la competencia entre Estados Unidos y China se ha trasladado al ámbito de la infraestructura crítica. Washington ha intentado reforzar su influencia en América Latina mediante acuerdos comerciales y de seguridad, pero enfrenta el desafío de competir con el enfoque chino, que combina inversiones sustanciales con relaciones bilaterales pragmáticas. Panamá, como punto neurálgico del comercio mundial, se encuentra en el centro de esta disputa, con decisiones que podrían definir su futuro económico y político.
La pregunta que queda es cómo Panamá navegará entre las corrientes de estas potencias para proteger tanto su soberanía como su papel esencial en el comercio mundial. Pareciera inevitable que las autoridades panameñas tengan que sentarse a atender las demandas estadounidenses. La polarización de las relaciones comerciales y diplomáticas será la tendencia de los años por venir. La capacidad de sortear estos desafíos será vital para las economías de la región.
Implicaciones para Costa Rica
Para Costa Rica, la dinámica en torno al canal de Panamá tiene implicaciones significativas. Como vecino cercano y socio comercial importante, la estabilidad y eficiencia del Canal son esenciales para su comercio. Cualquier alteración en el control o la operatividad de este paso podría repercutir en las rutas comerciales y los costos logísticos de las empresas costarricenses, lo que afectaría su competitividad global. Muchas de nuestras importaciones entran por la Zona Libre de Colón y algunas de nuestras exportaciones usan el Canal. Por otro lado, la creciente influencia china en la región también plantea un reto para Costa Rica en términos de definir cómo interactuar con las principales potencias mientras se resguardan los intereses locales y se promueve el desarrollo sostenible.
Costa Rica debe anticiparse a lo que ocurra. Lo primero es contar en el Pacífico con un puerto de calado, volumen y eficiencia que permita el atraque de buques que nos puedan conectar directamente con Asia y toda la cuenca del Pacífico. Por ello, son impostergables las mejoras en Caldera o la construcción de otro puerto que responda a estas necesidades. También, debemos tener un eje logístico que permita conectar Limón con Puntarenas, Peñas Blancas con Paso Canoas y Sixaola con Tablitas, a través de un sistema de carreteras de doble carril con posibilidad de transitar a 100 kilómetros por hora en promedio. Un tren eléctrico de carga hacia los puertos y otro de pasajeros para la Gran Área Metropolitana complementarán el atractivo del país para la inversión y aumentarán la productividad de las empresas, independientemente de lo que ocurra con el Canal.
Víctor Umaña es economista