
La última ronda de negociaciones para un tratado internacional sobre contaminación por plásticos (INC-5.2) cerró sin acuerdo vinculante. Un fracaso amargo: sin cooperación global y sin acción decidida de los Estados, seguiremos arrojando millones de toneladas de residuos plásticos en mares y ríos, erosionando ecosistemas, seguridad alimentaria, empleo costero y capital cultural. Lo que queda es claro: cada país debe asumir compromisos reales de reducción en el consumo de plásticos, porque la inacción no es opción.
Lo que comenzó como “comodidad barata” se ha convertido en crisis sistémica. Por consumo creciente y deficiente gestión de residuos, el plástico está en el océano, en el aire y en nuestros cuerpos. La evidencia es contundente: fauna atrapada, organismos malnutridos por ingesta de plásticos y microplásticos presentes desde las fosas oceánicas hasta cumbres de montaña.
En salud humana, estudios asocian la exposición crónica con inflamación, daño celular y disrupciones hormonales. La revista médica The Lancet Countdown estima los daños sanitarios de la crisis del plástico en 1,5 billones de dólares anuales, una externalidad que nadie paga.
Las sociedades han utilizado plásticos naturales –como caucho, cuerno o goma laca– durante siglos. Sin embargo, el verdadero salto ocurrió en el siglo XX con la irrupción de los plásticos sintéticos derivados de combustibles fósiles: materiales versátiles, duraderos y termorresistentes, aptos para miles de aplicaciones, desde tuberías hasta insumos médicos. Esa misma durabilidad, que en un inicio fue virtud, se convierte en pasivo ambiental cuando se destina a productos desechables.
El problema se agrava porque la economía del plástico no es circular: es lineal y con pérdidas. Alrededor del 60% de los plásticos son de un solo uso y apenas el 10% se recicla a nivel global. A esto se suma un flujo poco discutido: cerca de 6 millones de toneladas de partículas de neumáticos liberadas cada año por la flota vehicular mundial, que representan el 28 % de los microplásticos que llegan al ambiente. Incluso los autos eléctricos no resolverán este impacto: el desgaste de neumáticos seguirá contaminando.
La ciencia alerta de que ya habría casi 200 billones de piezas de plástico flotando en los océanos. Mientras tanto, la industria fósil ve en los plásticos su “mercado de crecimiento” cuando la demanda de petróleo para energía y transporte parece estancarse. El riesgo es claro: bloqueo tecnológico y activos varados si los países restringen producción o imponen contenido reciclado obligatorio. Las marcas no quieren ser vistas en playas y alcantarillas, pero tampoco enfrentan aún reglas claras. Es hora de alinear incentivos.
En Costa Rica, los datos son inquietantes. En 2022 se generaron 229.000 toneladas de residuos plásticos ordinarios: solo el 13% se recicló, un 14% terminó en vertederos sin control, un 6% se quemó a cielo abierto y un 1% se fugó a cuerpos de agua, según el último informe de Huella Plástica publicado por el Ministerio de Ambiente y el de Salud.
El 64% restante se enterró en rellenos sanitarios, una gestión que apenas patea el problema hacia adelante. La industria local de plásticos de un solo uso se concentra en empaques, envases y bolsas: 64% de las empresas, la mitad dedicada exclusivamente a bolsas.
La agricultura tampoco es inocente: en 2024 generó más de 20.000 toneladas de residuos plásticos, de las cuales el 77,6% proviene de la producción de frutas, donde el banano (62,8%) y la piña (22%) son los principales productos de residuos plásticos, seguidos por cultivos agroindustriales como el café y la producción de flores (con 14,7%).
La solución exige política pública, pero las decisiones individuales también suman: usar recipientes y vasos reutilizables, evitar bolsas plásticas incluso en frutas y verduras, optar por movilidad activa para reducir el desgaste de neumáticos. Son cambios pequeños que, multiplicados, reducen la presión.
No hay tratado global, cierto. Pero no hay excusa para la parálisis. Sabemos qué funciona: señales de precio, metas obligatorias, responsabilidad extendida del productor con fiscalización, rediseño de envases, datos abiertos y alianzas público-privadas.
Cada mes sin medidas ejecutables significa más plástico en ríos, más costos sanitarios y más valor destruido. Costa Rica puede –y debe– pasar del diagnóstico a la acción. El futuro será circular por diseño o será más caro por obligación. La decisión es nuestra, y el tiempo se agota.
Lenin Corrales Chaves es analista ambiental y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.