No conocí a mi abuelo paterno, Luis Rubio Guerrero. Pocas referencias tengo de él, pues falleció cuando mi padre aún no entraba a la adolescencia. Tan solo sé que llegó de Medellín, Colombia; además, fue militar y caballero rosacruz, razón por la que, gracias a sus escritos, me explico sus conocimientos sobre masonería.
Compró un terreno en Orotina, donde se estableció con mi abuela costarricense, Lucía Vargas Alfaro, y tuvieron tres hijos: Luis, Carlos (mi padre, ya fallecido) y Dorita, una niña que murió pocos días después de su nacimiento.
De mi abuelo, aún se conserva la tumba en el cementerio de Orotina, ornamentada con mosaicos que pertenecieron a su casa y una columna coronada por una mujer en posición doliente. De él también me queda Hojas de Otoño, un álbum de más de 100 folios, fechado hace 100 años, en 1925.
Por medio de la lectura, he logrado establecer un diálogo con ese hombre que nunca conocí físicamente, ni escuché su voz posiblemente marcada por el melodioso acento de la Antioquia colombiana, pero dejó registrados poemas, cuentos y ensayos que permiten adentrarse en su pensamiento y conocer sus creencias, convicciones, saberes y visión estética.
Se deben pasar las páginas delicadamente, pues podrían deshacerse con el tacto. Sobre el papel amarillento, se observa su esmerada caligrafía y la pulcritud con la que ilustraba sus escritos con fotos, recortes y dibujos.
Algunos de sus poemas se encuentran publicados en revistas de la época. Se tomaba el cuidado de hacer la transcripción a mano y de fijar con pegamento, en el borde superior de la página, el recorte del impreso; de esa manera, se puede hacer una doble lectura: la que se dio a conocer públicamente y otra más íntima, realizada por su puño y letra. Lamentablemente, no guardó las referencias bibliográficas de las publicaciones, por lo que resulta trabajoso determinar los nombres de las revistas en las que daba a conocer sus escritos.
Guardó también un poema publicado por Susana Rubio de Díaz en el periódico colombiano Mundo al día, que circuló entre 1924 y 1938. Desconozco el vínculo familiar que tuvo con mi abuelo. ¿Acaso fue hermana o tía? La composición está acompañada por un retrato a lápiz fechado en 1931.
Ostensible fue la pasión de Luis Rubio Guerrero por el modernismo, y su máximo precursor, Rubén Darío. Al respecto escribió: “Darío fue el emblema de lo bello / sublime encarnación de la poesía; / alma de América que vibró en el mundo / cantando la virtud que poseía”.
Se evidencia que estableció relaciones de amistad e intelecto con poetas costarricenses, como Aníbal Reni, seudónimo de Eulogio Porras, autor del libro de cuentos Sacajunches y obras de poesía. A él dedicó un ensayo llamado “Divagaciones” sobre la arquitectura. Así rememoraba: “Como sé que los pensamientos tienen forma y color atendiendo la estética espiritual y en plena armonía con el objeto al que se destinan sus habitaciones, materializa sus salones de recibo, los confidenciales, la biblioteca, comedor, alcoba y demás departamentos de la casa”.
Precisamente, a su casa llamó Villa de Asís. Mi padre me comentó que el abuelo pidió ser sepultado con hábito franciscano; nunca sabré si fue cierto.
Grande fue su amor por las mujeres y algunos de sus poemas están dedicados a Orlanda Horcia. Desconozco si ella existió, o fue una musa ficticia. Así la invocaba: “En aquel libro que mi historia encierra / mi amar en una página te ha escrito / nuestras almas separadas en la tierra / ‘se juntarán tal vez en lo infinito’”.
Alejado de su Colombia natal, el poeta hacía patente su melancolía: “Ese pesar agobia mi existencia / y sin retorno a mis nativas playas; / solo tengo el consuelo de invocarlas / cuando elevo mis místicas plegarias”.
Y ya que nos encontramos en diciembre, comparto una reflexión sobre la estrella que guio a los magos de Oriente: “Yo he visto en este bíblico pasaje un simbolismo. Un simbolismo redivivo para toda la humanidad y en todas sus etapas de vida; por eso creo que cada uno de nosotros hemos divisado en nuestro horizonte la misteriosa estrella de Belén”.
Cien años han transcurrido, y gracias a la escritura puedo reencontrarme con el abuelo que cruzó fronteras y hoy habla con su lenguaje de tinta.
autorcarlosrubio@yahoo.com
Carlos Rubio Torres es profesor jubilado de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Universidad Nacional (UNA).
