
Hace casi un año, en estas mismas páginas, escribí un artículo sobre la importancia de prohibir los teléfonos celulares en las escuelas y colegios. La prohibición debe ser completa, es decir, o no se llevan al centro educativo y se quedan en la casa, o en el centro educativo se tienen casilleros para guardarlos todo el día lectivo, de campana a campana.
Desde esa publicación, la evidencia sobre el efecto nocivo de los celulares en la educación y en la vida social y emocional de los niños y adolescentes ha aumentado aceleradamente.
El impacto negativo sobre el desempeño en lectura, matemáticas y ciencias no se detiene, según lo ha documentado la OCDE y las pruebas PISA, a nivel internacional. Por otra parte, el nivel de conciencia sobre este problema ha llevado a más de 23 países en el mundo y a 34 estados de los Estados Unidos a prohibir los celulares en los colegios.
Existen diferentes matices en las legislaciones y reglamentos, pero, en esencia, establecen que los teléfonos deben sacarse de los centros de educación.
Para los que duden sobre la evidencia abundante y contundente que motiva esta prohibición, piensen en lo siguiente: Finlandia y Corea del Sur, dos de los países con mejor rendimiento en todas las áreas del aprendizaje que evalúan las pruebas PISA en el mundo, con los sistemas educativos más avanzados, desde la calificación de los docentes hasta la incorporación de tecnología digital para la enseñanza más sofisticada, han aprobado recientemente la prohibición de celulares en todos los centros educativos. Lo hacen porque son altamente vigilantes de la calidad de la educación y porque no tienen duda de que los teléfonos perjudican la enseñanza y no contribuyen a ella.
Lo mismo ocurre a nivel emocional; el Global Mind Project, un estudio en 163 países, 18 idiomas y más de dos millones de personas estudiadas, publicó en días recientes los resultados de una investigación que demuestra que el coeficiente de salud mental de los jóvenes es inversamente proporcional a la edad en que les dieron el primer teléfono, es decir, cuanto más jóvenes obtuvieron un celular, peor salud mental tienen.
Esto no es un problema de Estados Unidos y la anglosfera, como algunos han argumentado: es un fenómeno universal masivo y que atraviesa clases sociales, grupos étnicos, sexos y nivel educativo.
Costa Rica no es la excepción y cualquiera que tenga un mínimo contacto con nuestros jóvenes se percata del deterioro en las destrezas básicas del aprendizaje y en su vida emocional, con aumentos acelerados de ansiedad, depresión, intentos de suicidio y abuso de sustancias. Este deterioro se vuelve más evidente a partir del uso masivo de los celulares y las redes sociales, alrededor del año 2012.
Por este motivo, pienso que se debe apoyar, mejorar y fortalecer el Proyecto de Ley para el Uso Responsable de Dispositivos Electrónicos en Centros Educativos (expediente N.º 25153) presentado por la diputada Cynthia Maritza Córdoba Serrano.
Este es un proyecto que, de aprobarse, es la medida más simple, efectiva y económica para contribuir a la salud mental y educación de los menores de edad. Además, es algo que beneficiará al personal docente, que puede entonces dedicarse a enseñar, y no a controlar la distracción que producen los celulares en los jóvenes.
Australia fue de los primeros países en poner esta medida en práctica en la provincia de New Sout Wales en 2019. Una encuesta en el año 2024, a más de mil directores de escuelas y colegios, reveló que, después de haber vivido el impacto de la prohibición, el 95% de los directores apoya la medida. Todos vamos a ganar: los jóvenes, los docentes y los padres de familia.
Los padres de familia con frecuencia me hacen la pregunta sobre cómo pueden manejar el uso excesivo y constante de celulares y pantallas digitales. El asunto puede ser complejo, pero pueden empezar con una medida muy sencilla y efectiva también: no deben existir pantallas en los dormitorios: ni televisión, ni teléfonos, ni tabletas. El uso excesivo de todos estos dispositivos en los dormitorios contribuye al aislamiento de la familia, a su uso inapropiado –como el consumo de pornografía–, a formar una adicción digital, a un deterioro de la atención (que es el activo más importante que tenemos para aprender y para todo lo que importa) y a trastornar los hábitos de sueño, esenciales para una buena salud física y mental.
Por supuesto que se debe trabajar en la alfabetización digital de los menores de edad, enseñarles sobre los riesgos y ventajas de las nuevas tecnologías y su uso constructivo. Mientras esto ocurre, tenemos que hacer algo en el corto plazo.
Entonces, dos medidas sencillas, baratas y efectivas: celulares fuera de las aulas y fuera de los dormitorios. Si esto se lleva a cabo, estaremos dando un gran paso adelante en la protección y promoción del desarrollo sano de las personas menores de edad.
lherrera@laclinica.cr
Luis Diego Herrera-Amighetti es psiquiatra, especialista en niños, adolescentes y salud pública, y miembro de número de la Academia Nacional de Medicina.