En el planeta hay recursos para satisfacer las necesidades de todos, pero no alcanzan para llenar la codicia de algunos, dijo Gandhi.
La codicia y la avaricia son corrupción en sí, puesto que jamás ceden. Son vicios humanos y su práctica conduce a que, para llenar bolsillos, siempre tratan de lograr el poder. El afán de acumular bienes hace olvidar la necesidad de los semejantes. La avaricia ignora la solidaridad, irrespeta la honestidad, excluye la generosidad, olvida la dignidad, mata la fidelidad, desconoce la lealtad, oculta la sinceridad, desacata la verdad, olvida la coherencia, estimula la soberbia y la hipocresía, siembra el miedo y olvida el amor.
La lista de Forbes incluye 13 multimillonarios mexicanos entre las 500 personas más ricas del mundo, en tanto 28 millones de mexicanos no ganan para comprar la canasta básica.
Para construir la fortuna de un rico es necesario hacer muchos pobres. En 9 años, más de 1 millón de empresarios mexicanos dejaron de serlo y la serie de quiebras continúa. Entre tanto, los 100 más importantes empresarios mexicanos tienen en sus empresas un 20,03% del PIB de México en el 2001. El modelo económico está diseñado para un grupo pequeño de patronos. Eso, en sí, es corrupción.
Desmantelamiento. La política económica que se nos ha impuesto se fundamenta en la idea de impulsar un proceso de desmantelamiento del aparato de producción de nuestras naciones, que se orienta hacia el establecimiento de una economía especulativa que barre a los países.
La acción privatizadora parte de la práctica del desprestigio de la empresa pública, que arranca en muchos casos de la ineficiencia de tales empresas, pero se fortalece por las prácticas de corrupción.
En 1982 el ministro de Economía de Argentina señaló que las empresas públicas estaban siendo obligadas a ajustarse a los “esquemas endemoniados” que perseguían el objetivo concreto de destruirlas. Vaya si lo lograron… lo fueron tanto que no solo acabaron con las empresas, sino con el país y con lo moral y material del pueblo argentino.
Era una política de corrupción encaminada a exhibir la incapacidad del Estado y la necesidad de privatizar sus empresas, cuya meta política es la de impedir un camino y destino independiente para los países. En efecto, no hay tal incapacidad del Estado, sino tarea de delincuentes en la gestión pública al servicio de intereses ajenos a la nación, funcionarios que generan con su conducta mares de corrupción.
Distracción. En su tiempo, el profesor argentino doctor Andrés Amil denunció que se había llegado al extremo de presentar balances falsos del Banco Central de la República Argentina. Dijo que el Fondo Monetario Internacional “sabía todo y sus representantes miraban para otro lado mientras el Banco Mundial se hacía el distraído”. Él mismo escribió: “Todo el vasto elenco de masters, economistas representantes de la banca internacional (que hace negocios con todos los gobiernos), los organismos profesionales y gran parte de la prensa fueron cómplices a sabiendas… a condición de seguir publicando avisos y recibir contratos que pagan el silencio”.
Confieso que, cuando leí por primera vez estos párrafos del doctor Amil, me sorprendieron; hoy, después de lo de Enron, Worldcom y tantos otros, la citada denuncia es moneda de tránsito corriente: corrupción profesional, en cuyo ejercicio se siguen las prácticas y enseñanzas derivadas de la “nueva ética” practicada por tantos PhD y masters educados en las más “distinguidas” universidades del planeta. Todo esto es infamia y corrupción consolidada. Cuidado, costarricenses, ya no es solo el ruido el que anuncia que el río arrastra piedras… es la dolorosa realidad de pueblos destruidos por la combinación corrupta de políticos vendepatrias y “sabios” repetidores de intereses ajenos la que nos da en la cabeza con las piedras que son llevadas por el río de la podredumbre.