Al regresar de Guatemala me encontré en los periódicos la polémica de Cocorí. Me sorprendieron las reacciones de indignación, como si se hubiese censurado el libro. La realidad es que el libro dejó de ser obligatorio. Nadie lo ha prohibido.
No es el caso del escritor Joaquín Gutiérrez, pero más de un venerado personaje patrio ha sido abiertamente racista. Le tomaré prestado un ejemplo al historiador Iván Molina Jiménez: en mayo de 1939 apareció en El Diario de Costa Rica esta carta del científico Clodomiro Picado al escritor Ricardo Fernández Guardia –mi tío bisabuelo, por cierto–:
“¡Nuestra sangre se ennegrece!, y de seguir así, del crisol no saldrá un grano de oro sino un pedazo de carbón. Puede que aún sea tiempo de rescatar nuestro patrimonio sanguíneo europeo que es lo que posiblemente nos ha salvado hasta ahora de caer en sistemas de africana catadura... Quizás Ud., cuya voz prestigiada es oída por los humanistas de valer que aún quedan en estas regiones, logre ayudar a señalar el precipicio hacia el cual nos encaminamos”.
Mi tío bisabuelo no se le quedaba atrás: recuerdo un texto suyo en que se burlaba del cuerpo de las indias de Pacaca.
Apartheid en Limón.Si bien el racismo de Clorito no lo hace menos valioso como científico y el de mi tío Ricardo no le quita sus méritos de escritor, es importante reconocer en ellos, y en casi toda nuestra sociedad de esa época y antes, un pus ideológico. Es el mismo que en 1904 llevó a prohibir el ingreso de “árabes, turcos, sirios, armenios y gitanos” y el que impuso en los años treintas en Limón un régimen de apartheid: “Prohibida la raza negra”, decía en el balneario y en otros establecimientos, mientras los periódicos alertaban sobre el peligro de que nuestros escolares tuvieran maestros de color.
Lo grave es que los resabios de esa idiosincrasia continúan en nosotros en forma velada o inconsciente, en bromas aparentemente inofensivas, en actitudes de educado desdén.
Todos los no negros que escribimos sobre la comunidad afrocostarricense –y no pretendo ser una excepción– podemos vehicular esos prejuicios sin darnos cuenta.
Esto es así en gran medida porque el asunto no se ha discutido, porque no hemos hablado de por qué caminos llegamos a considerar ignorantes a los miembros de la que fue quizás la comunidad más culta del país a principios del siglo XX y que es tan costarricense como el resto, pero cuyas raíces se hunden en África, en las islas del Caribe, en el Imperio Británico, en el exquisito inglés de la Biblia de King James, la Biblia mejor escrita de todas.
Crueldad infantil.Por eso aplaudo la iniciativa del Proyecto Caribe de haber dicho claramente lo que sienten sobre Cocorí. Nadie ha negado y nadie puede negar los méritos literarios del texto pues Joaquín Gutiérrez es un excelente escritor. Pero en el libro la niña confunde al negro con un mono y este se asusta de ver su propia cara. La asociación entre negro y mono, negro y atrasado, tiende a persistir. Por otro lado, los niños de primaria tienden a ser crueles con los otros niños: recuerdo en mi escuela burlas a los niños gordos, a los niños feos, a los niños diferentes. Es innegable que eso ocurre a esas edades, y por lo tanto en los recreos y fuera de las aulas los niños pueden tomar esas partes de Cocorí como pretexto para burlarse de los afrocostarricenses. De ese modo, sin querer, se fomenta la discriminación.
Obviamente, se trata de discutir y de ventilar, nadie ha hablado de prohibir. El libro Cocorí puede ser una oportunidad para que todos reflexionemos sobre los estereotipos y nos preguntemos quiénes son en realidad nuestros hermanos negros y qué sentimos hacia ellos, que iniciaron este diálogo diciendo francamente y con todo derecho: “nos duele Cocorí”.