En esta visita a nuestro país, el XIV Dalái Lama dijo dos expresiones que, si se atienden con cuidado, constituyen advertencias muy claras contra la “bombetería” y los supuestos cambios, dizque para dar un golpe de timón a la existencia.
La primera la pronunció el domingo, apenas al llegar aquí: “Quienes cambian su religión, tienden a criticar su tradición anterior, y eso no hay que hacerlo”.
En efecto, es casi un lugar común oír a los mutantes de credo justificar su decisión con un sinfín de críticas a lo que profesaron y, sobre todo, contra las autoridades.
Por lo general, fueron los defectos del sacerdote o del pastor el gran impulso para irse a otras tiendas.
O bien, los ritos o carencias doctrinarias de la religión en la cual militaron.
Es cierto que las actitudes de las autoridades o las discrepancias con dogmas pueden ser motivo para que alguien deje una confesión. De hecho, han sido causa, incluso, de escisiones.
No obstante, a menudo esa “migración” se hace más por una débil convicción y fe, y se usa para evadir la autocrítica ya que es más fácil achacar la causa a los pecados de otros.
En concomitancia con aquella manifestación, el Dalái Lama advirtió el lunes contra quienes se acercan al budismo “porque buscan algo nuevo (...) igual que estrenan un vestido (...) Es como la moda”.
¡Cuán cierto! Si no lo cree, es cuestión de que analice las poses que adopta cierta gente frente a algo raro o diferente: el “hongo ruso”, la espirulina el “noni” o ciertos gurús, quienes, de pronto, descubren la fórmula para la eterna felicidad. ¡Se acuerdan cómo hablaban aquí algunos de Depaak Chopra!
En estos momentos aciagos para nuestro país, cuando sale a flote un frenesí de hedor y corrupción, las reflexiones sencillas de Tenzin Gyatso pueden resultar muy útiles para no caer en lo superficial de los “mesías” oportunistas.
Recordemos: cambiar sin antes no comenzar por uno mismo, no pasa de la mera apariencia. O sea, la caridad empieza por casa.