Argelia sigue sumida en una vorágine de terror. La celebración del ramadán, mes solemne de ayuno en la fe musulmana que se inició el 10 de enero, ha desencadenado una espiral cruenta de atentados cometidos por el Grupo Islámico Armado (GIA). A partir de 1992, cuando las autoridades cancelaron un proceso electoral porque el Frente de Salvación Islámico (FSI) se perfilaba ganador, el radical GIA ha librado una campaña terrorista contra el gobierno respaldado por los militares. Turistas, ejecutivos y diplomáticos extranjeros, e incluso sacerdotes europeos, han sido víctimas de la barbarie integrista.
La actual ola de violencia ya cobró más de 250 vidas y centenares de heridos, y todo apunta a que el saldo trágico irá en aumento. Según la prensa local, el número de muertos por la violencia político-religiosa desde 1992 llega a 60.000, aunque otros informes fijan dicha cifra en más de 100.000. En todo caso, las atrocidades perpetradas por los fundamentalistas argelinos evidencian un ímpetu sangriento ante el cual las acciones preventivas del ejército han resultado infructuosas. Familias enteras de supuestos adversarios han sido degolladas sumariamente por los radicales, al tiempo que sus desbordes dinamiteros siembran muerte y caos en los principales centros urbanos.
Desde luego, la actividad económica se ha desplomado tras casi cinco años de incesante violencia. En especial, el turismo, una de las más importantes fuentes de ingreso y blanco predilecto del azote terrorista, virtualmente ha cesado. Y, como suele ocurrir, el peso de la recesión y el desempleo golpea con particular fuerza a los sectores más necesitados. Los estragos de la inflación y el desempleo son notorios en la otrora bella capital argelina, donde la pobreza extrema patentiza el impacto del enfrentamiento armado.
Aunque las recetas militares no auguran poner fin a la violencia, el gobierno se ha resistido a buscar una solución política del conflicto. Hocine Ait Ahmed, jefe del Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) y principal líder opositor laico, advirtió que la confrontación arriesga degenerar en un caos similar al de Somalia. El dirigente socialdemócrata ha pedido al mandatario norteamericano, Bill Clinton, designar un mediador que procure un acuerdo para detener el baño de sangre argelino. A su juicio, Francia es responsable de la inercia política del presente gobierno de su excolonia, encabezado por Liamine Zeroual, a quien respalda económica y militarmente.
Varias instancias formuladas por la oposición cívica --incluido el FIS-- para efectuar un diálogo nacional en favor de la reconciliación y la democracia, han sido rechazadas por Zeroual. A su vez, y como suele ocurrir, la escalada terrorista ha provocado un endurecimiento represivo de las autoridades que contribuye a socavar la legitimidad del régimen civil. En cualquier caso, es remoto que la acometida fundamentalista acabe en virtud de negociaciones a menos que dicho proceso facilite a los integristas capturar el poder.
El fanatismo de los grupos radicales proiraníes, inspirado en un odio intenso hacia Occidente y su anclaje judeocristiano, conlleva una dinámica destructiva de los órdenes políticos laicos, considerados apóstatas. Esta contradicción esencial entre los valores humanitarios del Oeste y el proyecto absolutista global de la teocracia islámica perfila alcances ominosos. Contener el embate integrista constituye, sin duda, uno de los grandes desafíos que las democracias enfrentan de cara al nuevo siglo.