“Los cogimos asando elotes”, esa fue la frase que, entre carcajadas y asombro, soltó un diputado liberacionista el miércoles pasado cuando varios colegas fueron sorprendidos en el cafetín del Congreso en momentos en que el presidente legislativo cerraba la discusión y ponía a votación el nuevo contralor.
Para nuestro pueblo el que lo agarren “asando elotes” es sinónimo de despiste y de estar en cualquier cosa menos en la que realmente importa.
Pero ¿qué tendrá ese famoso cafetín del Congreso que seduce a buena parte de nuestros legisladores?
¿Serán acaso las empanaditas de carne, pollo, queso o frijolitos que les venden de parte de la asociación solidarista?
¿Serán quizás las gaseosas, el cafecito o el tecito que les regalamos todos los ticos con el pago de impuestos?
¿Será tal vez el sistema de circuito cerrado de televisión y de canales nacionales el que, cual Tony Kamo, los absorbe e hipnotiza?
La verdad, no estoy muy seguro sobre si son esas u otras poderosas razones.
De lo que sí estoy convencido es de que ese tipo de lugares, si no hay un efectivo control y un sano interés por legislar en beneficio del país, terminan convirtiéndose en una alcahuetería.
Con ello se sustituye la discusión y la función legisladora por la tertulia y uno que otro –agrego yo– elotito con mantequilla (entiéndase chisme político bien aderezado).
La “asada de elotes” que hubo el pasado miércoles en el cafetín, sin embargo, tiene sus experiencias positivas.
Primero, se produjo lo que tanto ansiábamos muchos: la definitiva elección del nuevo contralor.
Y, segundo, de ahora en adelante –¡espero!– las fracciones legislativas se preocuparán más por las deliberaciones y pondrán mayor empeño en el control político, tan necesario en estos tiempos cuando la corruptela en la función pública parece emerger con gran fuerza.
Aquí sí que los delincuentes no nos pueden coger asando elotes.