Gracias a Dios, la historia entera de la humanidad recoge sus elementos de percepción y de análisis en hechos concretos que desembocan irremediablemente en algo que orgullosamente llamamos arquitectura.
La arquitectura de los sumerios, en Babilonia, entre el Tigris y el Eufrates, en Egipto, en el medioevo, en la explosión industrial de 1850, en la preguerra y la posguerra… sí, en la vida integral del hombre.
En el país. Son pocos los años realmente que en Costa Rica se hace presente, tácitamente, digámoslo así, estaba allá, en los confines de Talamanca, de Guanacaste y Limón, escondida, ¿temerosa? o modosita en el Valle Central. Allí estaba, pero José María Barrantes y Luis Llach, Jiménez, Tenca, Francisco Salazar, Paul Everberg, Quico Quirós y más a menos de un siglo, en esta vorágine de un mundo casi incomprensible, en su globalización, el TLC, las políticas cambiarias, el tener que nadar en el mar de la Economía –con mayúscula–, etc.; aquí está y vamos a decirlo de una buena vez: arquitectura es otra cosa, no es ingeniería ni economía ni política presunción, es simplemente arquitectura, un quehacer que se pierde en la historia al servicio del hombre, para el hombre, con el hombre, y en este país somos muy poquitos, apenas el 0,045 por ciento de los habitantes; sin embargo, aquí está lo importante, óigase bien, o nos oyen o la historia habrá de reclamar inclemente, ¿por qué las mordazas?, ¿por qué los engaños y las obras de “teatro”?, ¿por qué y por qué? No podrán callar jamás lo que es viva esencia del hombre.
¿Por qué escribo estas cosas? Más de uno, tal vez hasta arquitectos, se pregunta qué está sucediendo; la respuesta es elemental: la arquitectura es la madre de la organización, científicamente humana y, hoy por hoy, cuando nos debatimos en un mundo de intereses encontrados, economistas, cientificistas, tecnologicistas y cualquier “ista”, el hombre sigue presente y las grandes o pequeñas, exitosas o fracasadas, urbanizaciones o cualquier obra populista, exigen la presencia de la disciplina rigurosa, científica, poética y humana de los arquitectos, y aquí, en este país, hay suficientes y capaces arquitectos para afrontar los problemas que en este aspecto haya que resolver.
Lo cierto es que este bello país nuestro, con una naturaleza específica y privilegiada, creada por el gran Arquitecto de Universo, las cosas, están urgidas de encontrar su cauce: el del hombre en el contexto del hombre.
Exigencia ética. Arquitectura es el arte de construir, y quienes pretenden arrogarse tales definiciones tendrán que demostrarlo y superar las hazañas de Virubio, de Da Vinci, de Wright y Le Coirbousier, de Quirós, de Fausto, de Víctor, de Jorge o Nancho… es muy larga la lista. Lo cierto es que esta lista exige ética: profesional y como respuesta a principios curriculares, a sustentos científicos, a conocimientos pragmáticos, a realidades tácitas.
¡Presente!, señor. Pretendo saber plantear el hacer arquitectura, pero eso usted lo definirá en el seno de su hogar, en el estadio o su industria ágil y fructífera; porque se divierte con facilidad, porque siente y logra entender que alguien entendió su pensar y su sentir, porque alguien lo amó, más que a sus honorarios. ¿Honorarios? Sería muy largo describir, pero también fácil definir lo que esto significa; la verdad es muy corta, pero de mucho peso.
Nuestro país ya alzó vuelo: la extraterritorialidad ya lo entendió y nos respetan; lo que hoy estamos pretendiendo es que vayamos allá, a esos puntos críticos del clímax de nuestros quehaceres, para que se entienda claramente, que somos historia, la más vieja, más que nuestra propia independencia; al fin y al cabo los adobes son hechos de tierra y la tierra es nuestra tierra.