Por la redacción de este diario se pasea, sembrando asombro a su alrededor, un tipo de colección: Víctor Hurtado. Un limeño que gracias a esos efluvios migratorios latinoamericanos optó por compartir con nosotros su ingenio desmedido y su alucinante manera de escribir (si no me creen, léanse su artículo sobre Pérez Prado en la última Revista Dominical).
Pues traigo a Víctor a colación simplemente para agradecerle el que me haya dado tema para esta columna, con una simple pregunta que me lanzó a bocajarro hace un par de días: ¿Por qué al hablar de las labores del presidente los periodistas siempre escribimos que tiene una apretada agenda?
El mismo esbozó un par de respuestas y se marchó muy ufano, dejándome con la duda: ¿será que la aprieta todas las mañanas antes de salir para la oficina?, ¿o es que las apretadas agendas son las que se usan en los bolsillos de un jeans?
Su comentario me trajo a la memoria unos cuantos ejemplos más de esas frases cliché a que somos tan dados en este oficio de escribir sobre los demás lo que no nos gustaría que nos pasara a nosotros. De hecho, en La Nación existe una tácita prohibición de usar ciertas expresiones o palabras cajoneras como tensa calma, en el ojo de la tormenta, nosocomio o siniestro.
Pero ¿es que acaso la calma está tilinte, a punto de romperse, o estresada quizá? ¿No es cierto que en el ojo -al menos de los huracanes- más bien existe una zona de unos 20 ó 25 kilómetros de diámetro de plácida tranquilidad? ¿Será que nosocomio es el nombre de una enfermedad y no un sinónimo de hospital? ¿O siniestro es inadmisible porque puede pensarse que el incendio es zurdo o algo semejante?
Una duda más, adivinen obra de quién: si afiche es sinónimo de cartel, ¿es correcto decir el afiche de Medellín?