De nuevo, con el inicio de las lluvias, cuando el caudal de los ríos aumenta y comienzan los desbordamientos, presenciamos los mismos daños a la infraestructura y a las casas ubicadas a la orilla de esos cursos. Parece que las autoridades y la ciudadanía, de tanto observar los mismos problemas cada año, hacemos una simetría entre el incremento pluvial y los desastres colaterales que ocasiona, dando por sentado que siempre será así.
Lastimosamente, las tan pregonadas razones de por qué, en gran parte, se originan esos impactos lamentables, ya no se escuchan. Se abandona, entonces, la posibilidad de prevenir las consecuencias negativas del fenómeno climático.
La deforestación y las quemas en las cuencas hidrográficas son los factores que más contribuyen a que, río abajo, el torrente crezca como resultado de la cantidad de agua y de la sedimentación, las piedras y los troncos que son arrastrados desde la montaña, amén de la basura tirada a los cauces en el verano.
La explicación central de las inundaciones es ambiental: fruto del desequilibrio natural que los humanos hemos creado sin pensar en las secuelas. Sin embargo, las inversiones públicas y privadas que se pierden por las crecidas deberían justificar una revisión de la política ambiental, para ver si está dirigida a proteger realmente recursos naturales sensibles en las cuencas, que permita aminorar el deterioro de la infraestructura regional y el peligro para las vidas humanas.