Este fin de semana fui a La Fortuna de San Carlos y descubrí uno de esos curiosos engendros del esplendor turístico de la región: los perros turísticos.
En un lugar donde repentinamente el volcán Arenal todo lo cambió, porque las casas se volvieron posadas; las pulperías, restaurantes, y los campesinos, empresarios turísticos, los perros del lugar lógicamente también buscaron lo suyo.
Por eso es que de ser hace varios años un caserío de gente sencilla y solariega sin más futuro que lo que Dios le reparara, La Fortuna ahora es la flamante capital del turismo volcánico.
Lo que por sus calles y aceras uno ve ahora ya no es ganado ni "chapulines" sacando sofocadamente el fruto de la tierra, sino unas machotas gringas y europeas que en estos días tienen al volcán medio anestesiado, y que van y vienen fascinadas con la naturaleza del lugar, dándole a La Fortuna la apariencia de un pueblo escandinavo acunado al pie del Arenal.
La Fortuna es hoy un poblado en constante transformación que no para un segundo su ajetreado oficio de atender la histérica demanda de maduros con natilla del grupo de excursionistas alemanes; o de "guapote" entero, con cabeza y cola, que acompañado de cerveza o un buen mecatazo más que justifican la venida de los italianos, suizos o norteamericanos desde sus países.
Todo ahí ha adquirido ese cariz cosmopolita que deja la presencia continua de las culturas más variadas. Algunos jóvenes han aprendido inglés o algo de alemán de solo oír hablar a los extranjeros que llegan por una camiseta Pura Vida, a preguntar por algo o a que los lleven al volcán. A otros lugareños les ha dado vuelta el corazón de solo ver a una sueca sentada en el parque enseñando la piernota.
Los niños han encontrado también su manera de ayudar vendiendo "gallos", confituras y baratijas, sirviendo de guías, aperando bestias o jalando chunches, todo por supuesto con tal de ganarse el centavo, que ahora es de a dolar, en nombre del Arenal, de sus cataratas, lagos, llanuras y lenguas de fuego.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de mi reciente viaje a La Fortuna fueron los perros turísticos, que no son otra cosa que simples animales callejeros que han encontrado tanto cariño y comida por parte de los turistas que, no acaban estos de bajarse del autobús, cuando de inmediato aquellos los adoptan.
Adonde vaya el turista, ahí van los perros, fieles y nobles al trato que reciben. Incluso montan guardia en la puerta de la cabina donde se hospeda su amo de paso, para cuidarlo y no separarse un instante de él. Se trata de perros que saben perfectamente quién es turista y quien no, salvo la vez que por error un perro se le puso al corte a una macha que resultó ser una tica teñida que lo maltrató.
Esos perros saben adónde llegan los autobuses con turistas, a qué bares o restaurantes van, hacia dónde se desplazan y qué les gusta. Son totalmente inofensivos y únicamente quieren ofrecerle al visitante la bienvenida que muchas veces ni siquiera nosotros los humanos somos capaces de brindarles a esos visitantes. Por algo el turismo internacional ha perdido terreno en Costa Rica.