Hace 30 años me invitaron a un seminario de las Naciones Unidas en Tashkent, capital de Uzbekistán, entonces parte de la Unión Soviética. Era mi primer viaje al otro lado del mundo y llegaba en un momento en mi vida cuando mi equipaje era muy liviano. A falta de mapas y mis escasos conocimientos de esa parte del orbe, decidí, ya que la suerte me lo servía en bandeja, emprender el viaje de regreso por Kabul capital de Afganistán, país limítrofe con Uzbekistán, Teherán y Estambul. Las peripecias de ese viaje, y la imposibilidad de llegar a Kabul, las conté en una serie de artículos en la Página 15 de La Nación a partir del 22 abril de1970, con el título "Memorias de un viaje a Rusia".
Lo cierto es que compré mi boleto en las oficinas de Pan American y solo me faltaban las visas para los países a los que viajaría. La visa de Rusia había que recogerla en México, donde pensé que podría obtener también la visa para Afganistán; pronto me enteré de que allí no había embajada ni consulado de ese país. La siguiente parada fue París, donde no tuve tiempo de enterarme si podía conseguir la dichosa visa, pero conversé ampliamente con mis amigos franceses sobre el itinerario.
No apto para mujeres. Los que conocían Afganistán me advirtieron que ese no era un país donde una mujer sola podía viajar. Incluso contaron el caso de una mujer que viajaba con amigos varones, que se la pasaron mal defendiendo a su compañera y resistiendo el acoso de afganos que ofrecían comprarla. Supongo no me lo dijeron que en mi caso tampoco ayudaba la aureola de mi profesión ingeniera civil o el que luciera una desafiante y muy occidental minifalda.
Memoricé toda esa información y, como ya tenía boleto, decidí seguir adelante, esperando obtener en Moscú la visa. Ocurrió que el vuelo París-Moscú, en Aeroflot, que aparecía en el boleto y en las guías internacionales, no existía. Fue así como llegué a Moscú a la medianoche del día siguiente en otro vuelo de Aeroflot; este trastorno en la fecha y hora de llegada, más la rigidez de la planificación rusa, hizo imposible conseguir si era factible nunca me enteré la visa de Afganistán en Moscú.
Adelante, siempre adelante, pensé. Me figuré que como Uzbekistán en una república soviética, en su capital habría un consulado de Afganistán, el país vecino. Al llegar a Tashkent, descubrí que no era cierto: las visas o cualquier otra diligencia había que hacerlas en Moscú, a más de 3.000 kilómetros de Tashkent.
El seminario en Tashkent duraría dos semanas llenas de recuerdos. En un paseo maravilloso preparado por los anfitriones rusos y uzbekos, viajamos por aire en un Ylyushin 18 a Samarcanda y a Buchara y por tierra llegamos a escasos kilómetros de la frontera con Afganistán. Pude vislumbrar en la lejanía el desértico terreno. Supe del rigor de las temperaturas, que pueden variar hasta 30ºC en un solo día. Vi a algunos afganos con altas botas y húmedos turbantes, y cuerpos que parecían de fibra dura calcinada. Esto es lo que vería de Afganistán.
No definitivo, rotundo. Los organizadores del seminario nos advirtieron a los que teníamos boletos para Kabul que los vuelos estaban suspendidos desde hacía tres semanas, sin ninguna esperanza de que se reanudasen pronto. Los compañeros que iban a Kabul eran funcionarios de NN. UU., que tenían necesariamente que pasar por ahí para llegar a una reunión en Nueva Delhi. Entonces se organizó un vuelo especial para ellos. Todavía decidida a seguir adelante, presenté también mi boleto. Para mis adentros pensaba, sin embargo, que mis compañeros iban con pasaportes de NN. UU. o de EE. UU. y solo de paso. Yo en cambio me quedaría de turista y, si algo me pasaba, no habría allí ningún consulado de Costa Rica u otro país que se interesara por mí. Aun así, persistí en la decisión de continuar mi viaje como lo había planeado. Entonces intervino la oficial rusa. Nyet (no) visa, nyet viaje. En mis memorias escribí a propósito de la negativa rusa a que abordara el avión: "Nunca he oído un no tan definitivo ni tan rotundo como el nyet ruso".
Vi el avión partir. No supe que ese momento era un punto de no retorno. Unos de esos momentos en que la vida se bifurca hacia destinos inesperados. En los años siguientes habría una terrible guerra entre la Unión Soviética y Afganistán. Y, posteriormente, con la llegada de los talibanes al poder, la suerte de la mujeres en Afganistán sería aún más desdichada que la que en su momento me contaron mis amigos franceses. Tampoco me di cuenta preocupada como estaba entonces por los trámites que tendría que seguir para asegurar mi regreso a Costa Rica de que aquellos rusos en verdad habían salvado mi vida.