Tras los muros del palacio oficial a orillas del legendario río Congo, el dictador de Zaire, Mobutu Sese Seko, trama cómo prolongar su régimen de corrupción. Enfermo y asediado por la exitosa rebelión liderada por su antiguo rival, Laurent Kabila, se aferra al poder que ha detentado durante 32 años. Dueño de una inmensa fortuna hurtada del patrimonio nacional, ambiciona algunos dólares más antes de retirarse a alguna de sus fastuosas villas en Francia, España, Portugal, Suiza o Bélgica. La mayoría de sus socios de gobierno ya se fueron a Marbella o la Costa Azul para disfrutar los millones robados de las arcas públicas. Afuera, la miseria sigue siendo la realidad cotidiana de 46 millones de zaireanos, agobiados por el hambre, las enfermedades y la opresión de la satrapía, la más vieja del orbe a excepción de la cubana.
El desolador panorama económico y social marca un agudo contraste con las vastas riquezas de Zaire: 70 por ciento de las reservas mundiales de cobalto y extensos yacimientos de diamantes, oro, plata, cobre y manganeso. Las promesas de prosperidad nacional quedaron en el pasado. Hoy solo hay vestigios de industria, la inflación hace estragos --excedió 9.000 por ciento en 1993-- y el desempleo afecta al 80 por ciento de la empobrecida población.
Al otro lado del río, en la vecina ciudad de Brazzaville, fuerzas norteamericanas, francesas y belgas esperan para evacuar a sus conciudadanos en caso de que el inminente arribo de los rebeldes, y la resistencia de los sicarios del régimen, provoquen un Götterdämmerung ecuatorial. Solo algunos contingentes permanecen fieles al déspota. La mayoría de los reclutas han desertado y muchísimos se unieron a las milicias de Kabila.
El rápido avance de los insurrectos presagia la pronta caída de Kinshasa, la capital. Lumumbashi y Kisangani, segunda y tercera ciudades más importantes, respectivamente, fueron tomadas con asombrosa facilidad pues las tropas leales al Gobierno no ofrecieron resistencia. Pero la retirada ha sido sangrienta. Periodistas europeos presenciaron cómo mercenarios serbios al servicio de Mobuto fueron masacrados por soldados del ejército que se aprestaban a escapar. Por su parte, el mercado ya descontó el derrocamiento de Mobutu: empresas foráneas comenzaron a negociar con Kabila contratos de explotación minera en las ricas provincias de la mitad del país bajo su control.
El crepúsculo de la cleptocracia mobutense está a la vista, después de tres décadas de desgobierno y saqueo desenfrenados. El "prócer" del Movimiento de Países No Alineados, pero mimado por Francia y Estados Unidos que lo armaron hasta los dientes, sembró tempestades entre sus vecinos centroafricanos. Hoy recoge los frutos de sus intrigas y aventuras imperiales. Ruanda, Burundi y Uganda, hasta hace poco víctimas de las maquinaciones del sátrapa, patrocinan a Kabila.
El ocaso de Mobutu quedó sellado en 1994, a raíz de las sangrientas luchas tribales entre hutus y tutsis en la vecina Ruanda. Ese año, más de un millón de refugiados hutus entraron en Zaire escapando del nuevo gobierno tutsi de Ruanda que derrocó al régimen hutu. Temían represalias por las horrendas masacres --cerca de un millón de muertos-- de tutsis instigadas por el Gobierno que apuntalaban París y Kinshasa. Los campamentos de refugiados hutus se convirtieron pronto en bases de operaciones guerrilleras, alentadas por Mobutu, que atacaban Ruanda y hostigaban a los tutsis del este de Zaire.
En setiembre del año pasado Mobutu ordenó la expulsión de los tutsis zaireanos, agravando así las tensiones en la frontera oriental. El Gobierno ruandés --dominado por tutsis-- decidió entonces intervenir en connivencia con el presidente ugandés Museveni, enemigo también de Mobutu, para hacer probar al dictador de Kinshasa su propia medicina. Tropas ruandesas incursionaron en Zaire para respaldar a los grupos armados tutsis que poco después se unieron al movimiento insurgente de Kabila. Ese fue el principio del fin.
Poco se conoce de Kabila y sobre cómo gobernará. Durante mucho tiempo oponente de Mobutu, profesó antaño fórmulas leninistas e incluso trabó amistad con Ernesto "Che" Guevara. Sin embargo, últimamente ha utilizado una retórica prodemocrática y capitalista. En las zonas que domina ha instaurado un alto grado de transparencia administrativa y de impulso al libre mercado. Es evidente que la mayoría de los zaireanos --y los inversionistas extranjeros-- consideran a Kabila el nuevo líder nacional.
El naufragio del despotismo mobutista patentiza la bancarrota de las políticas de Francia y Estados Unidos que muy poco hicieron para instar la democracia en Zaire. Durante la Guerra Fría, el dictador --quien se jactaba de su neutralidad en la pugna bipolar-- no vaciló en asumir un discurso anticomunista para granjearse las simpatías, el dinero y las armas del Oeste. En especial, Francia, bajo la cobertura de su estrategia de francophonie, orientada a mantener la hegemonía gala en Africa Central, ha sido particularmente generosa y solidaria con el francófono y familiar Mobutu. Incluso, el presidente Chirac hace poco lo elogió como "la clave para solucionar la crisis zaireana".
Entre tanto, en su palacio de Kinshasa, Mobutu espera el momento de partir al dorado exilio. La muerte acecha, pero quizás se consuela pensando en los $400 millones recién defraudados a la industria nacional del cobre. Y a la distancia, el caudaloso Congo parece murmurar "adieu, Mobutu, adieu ".