A mi leal saber y entender, todos han mentido a la ciudadanía y le han hecho gran daño al país, tanto los que negociaron las comisiones como los que festinaron el dinero de los costarricenses.
Un empresario, ligado a un partido político, aprovechó los nexos construidos en el tiempo, tanto en su mundo empresarial como en el político, para montar un complot contra la institución más preciada: la CCSS, negociando una gran comisión a costa de la compra de implementos para la salud de todos.
Entre cielo... Todos forman parte de un acto al que los ciudadanos comunes no tenemos forma de llamar que no sea corrupción o tráfico de influencias, que nos ha herido en lo más profundo: en nuestra tradición democrática. Lo que las clases política y empresarial deben aprender de esta lección es que el dicho de nuestras abuelas es totalmente valedero en esta y cualquier circunstancia: “Entre cielo y tierra no hay nada oculto”.
Lo que la clase política y los grupos de presión social deben entender es que la ciudadanía –el pulpero de la esquina, el borrachillo del barrio, el estudiante, la pequeñita de primer grado, el ama de casa y hasta el que barre nuestras calles– tiene acceso a la información, y esto, precisamente esto, la obliga a tomar posición; que cada uno según su nivel de entendimiento juzga y, por lo tanto, tomará decisiones en el futuro.
Esa decisión se va a evidenciar precisamente el día en que la democracia otorga poder a los ciudadanos para escoger al mejor, y el primer domingo de febrero del 2006 no va a estar desligada de las consecuencias del enalce entre el poder político y el empresarial para enriquecerse más a expensas de una sociedad que creyó en ellos.