La expresión, tan hispana, la retoma el diccionario por “hablar sin empacho, descaradamente”. Y en la zapotización hasta de la campaña política, a don Otto le debe de gustar. Pero podría quedar en cueros… porque prometer es fácil.
Eso de “prenda de vestir con dos perneras”, resulta cada vez más corto, nunca mejor dicho. Debe ser por el calentamiento global, una de las pocas conclusiones transparentes (igual que las prendas, por cierto) de la reciente conferencia de Copenhague. También, y desde hace años, como ahora hasta en el inefable San Pedro, se conoce aquel platillo de “calzones rotos”, acepción que la Academia, limpia y fija, pero sin esplendor, nos está debiendo.
Mucha razón tiene la noble institución, al señalar desde su presentación digital que “las lenguas cambian de continuo, y lo hacen de modo especial en su componente léxico.” Bien dicho, señores.
Por eso, al ver por cables internacionales la prenda íntima de Umar Abdulmutallab, toda destrozada y quemada, me doy cuenta que también acaba de modificarse el significado de la expresión de “calzón roto”: ¡hasta literalmente! Así también debe de haber quedado su equipaje interior. Cabe alimentar sobre todo el cerebro, no el calzoncillo. Pobre, ¡creía tener los calzones bien puestos!
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