Un día de tantos Diana se miró al espejo y trasladó su imagen al papel. El resultado es asombroso.
Ahora su “gemela” la mira con la misma sonrisa que Diana es capaz de regalar todo el tiempo, pese a que carga con un grave problema de salud.
Ese autorretrato salió de unas manos que intentan liberarse de la camisa de fuerza impuesta por la Epidermolisis Bullosa (EB).
Diana Ojeda Herrera nació con esa enfermedad hace casi 15 años.
La consecuencia más dura y evidente es la desfiguración de las dos manos.
Una capa de piel roja las cubre y se ha encargado de unir los dedos.
El injerto de piel en que depositó toda la fe y que se le hizo hace un año en la mano izquierda no tuvo los resultados soñados por ella.
Aunque los cirujanos le separaron los dedos con pines –un procedimiento que le causó mucho dolor–, se le volvieron a unir casi inmediatamente como consecuencia de la misma enfermedad.
Solo le quedan unas pequeñas “pinzas”: los dedos pulgar e índice.
Aunque pequeños y encogidos, esos dedos todavía no se han unido y le permiten tomar objetos como el lápiz y el pincel para así plasmar sus obras de arte.
Playa en mente
Diana es una joven valiente, porque la EB causa mucho dolor.
La piel es muy sensible. Ni siquiera es capaz de soportar el sol o el calor, aunque esto no le ha impedido soñar con viajar a la playa algún día, para disfrutar de esas bellezas naturales.
Ella vive en la comunidad de El Alto de La Trinidad de Moravia, San José, junto a sus papás, Adelaida Herrera y César Ojeda Martínez.
Es la menor de cuatro hermanos y sueña con estudiar Veterinaria.
Hasta ahora Diana ha pasado por tres operaciones distintas para corregir sus manos.
La última intervención se dio el 17 de junio del 2003. Según contó su mamá, la cicatrización tardó cuatro meses.
El objetivo de esa operación era ayudar a la piel a regenerarse, para que fuera más fuerte y no se le hicieran tantas ampollas.
De paso, los médicos intentaron separarle nuevamente los dedos de la mano izquierda.
En esto último no tuvieron éxito. Según los cirujanos, eso se esperaba pues lo que procuraban no era curar sino asegurar cierta funcionabilidad de los miembros afectados por la EB.
Pero Diana no quiere volver a pasar por el mismo procedimiento mientras no exista seguridad de que sus dedos se separarán para siempre.
“Era tan doloroso –los pines–. Yo no podía ni estornudar porque me dolía”.
Aun así sigue pintando. “Ya no me entran ni el lápiz ni la cuchara”, expresó el jueves pasado.
Por su enfermedad no ha podido seguir estudiando. No pasó de sétimo año, dijo.
No obstante, ni las operaciones ni las complicaciones posteriores le han quitado el entusiasmo por estudiar Veterinaria.
“Me encantan los animales, ¡todos!... excepto las serpientes”, se apresuró a aclarar.
Diana dice sentirse feliz a pesar de que su vida está muy limitada.
La llegada de su primera sobrina, Danixa, la ha llenado de energía para vivir y seguir pintando los rostros que dicte su imaginación.