Como exchofer y excobrador de una de las empresas distribuidoras de máquinas tragamonedas (de juegos y azar), Gabriel (*) supo lo que era recoger en una sola de las rutas bajo su responsabilidad hasta ¢300.000 en puras monedas de ¢100, guardados en los “estómagos” de lata de esos aparatos.
Según contó, la plata que se mueve detrás de esas máquinas es mucha y lo que menos les importa a los dueños de este negocio es dejar a su paso adictos al juego, especialmente, menores de edad. De hecho, eso forma parte de su negocio.
Para estos empresarios, según Gabriel, lo único válido es colocar las máquinas en cualquier lugar accesible al mayor número de clientes potenciales, ya sea una farmacia, un bazar, una verdulería, pulpería o hasta en una venta de carnes. El asunto es hacer dinero, dijo Gabriel.
Este señor trabajó para varias empresas dedicadas a distribuir estas máquinas de juego por todo el país.
Poco para los otros
“Yo trabajaba con ellos solo por pura necesidad. Pero el salario que pagaban por semana era miserable: ¢25.000.
“Al ‘chino’ a quien le trabajaba llegué a depositarle en el banco hasta ¢8 millones semanales, mientras a uno le reportaban menos ante la Caja”, contó. Su expatrono tenía más de mil máquinas de juegos repartidas en todo el territorio.
“Casi no hablan español –la mayoría, son orientales–, y con esa excusa dejan su negocio en manos de terceros. Ellos no dan la cara. Uno es el que hace el contacto con el dueño del local y uno es el que cobra, reparte las ganancias (de un 25 a un 30 por ciento del total se lo deja el propietario del establecimiento donde instalan el aparato), y se ‘come’ los pleitos”, contó.
Nuevos aparatos procedentes de Taiwán llegan a cada rato al país. Últimamente, llegan en más cantidad.
“Ese taiwanés (su expatrono) se ha hecho rico a costilla de los ticos y de los empleados que trabajamos allí. Cada vez se expande más. Como en San José están ‘apretando’ mucho, ahora se ha ido a otras partes del país”.
(*) Identidad protegida. Su nombre es otro.