Sacaron un cadáver tentando a la muerte, con un cráter activo sobre sus cabezas, profundos precipicios a sus pies y caminando en una masa chiclosa de lodo y arena salpicada de piedras filosas que se sueltan tras cada paso y amenazan a quienes avanzan atrás.
Más de cuarenta cruzrojistas, bomberos, policías y agentes del Organismo de Investigación Judicial expusieron ayer sus vidas, y lo volverán a hacer hoy, para sacar del volcán Arenal los cuerpos de los pasajeros del fatal vuelo 1644 de SANSA.
Arriba hace frío, está nublado, el suelo es casi vertical y no hay de donde aferrarse si ocurre un resbalón. Están a 1.640 metros de altura y los músculos flaquean tras un ascenso de cuatro o cinco horas.
A unos 150 metros del cráter una erupción los mataría en segundos y el riesgo de que ocurra es permanente. Cerca, muy cerca, una colada de lava de hace apenas cinco días les recuerda el peligro.
Solo Dios y el azar han impedido que ocurra otra tragedia.
"Estamos conscientes de los riesgos y los asumimos, pero es nuestro obligación y nuestro deber humanitario bajar esos cuerpos de allá. Tres millones de costarricenses nos lincharían si no lo hacemos", dijo enfático el coronel Guillermo Arroyo, director de socorros de la Cruz Roja, cuando a las 10 a . m., ante el peligro, el OIJ sugirió la posibilidad de suspender el rescate.
Uno de 10
La operación arrancó a las 4:40 a. m. cuando comenzaron el ascenso 20 hombres encabezados por José Campos, jefe de operaciones de búsqueda y rescate de la Cruz Roja.
A él lo siguió, 50 minutos más tarde, otro grupo de 40 personas a cargo del oficial Tito Venegas, con la misión de apoyar a la patrulla de avanzada.
Un tercer equipo se preparó para descender con sogas desde un helicóptero a una pequeña planicie en el monte y construir con palas y machetes un helipuerto que permitiera un rescate aéreo. Las nubes no lo permitieron, pero los que habían subido hicieron el claro.
Los socorristas subieron por una estrecha picada en la vegetación y luego comenzaron el ascenso en la arena embarrialada por la lluvia torrencial de la noche anterior y avanzaron por un cañón donde a ratos usaron técnicas de rapel (descenso vertical).
Desde el Complejo Turístico Los Lagos, en La Fortuna, los coordinadores del rescate vieron cómo por otros cañones cercanos se desprendieron piedras del tamaño de un auto.
A media hora de distancia de la avioneta accidentada el grupo de Campos vio dos piezas metálicas, a 20 minutos una llanta y luego el primer cuerpo, que sacaron ayer.
Luego los sorprendió el avión partido en tres. El primero es la cabina, clavada a un costado del cañón, con dos cadáveres adentro y un poco más abajo los otros dos fragmentos de la aeronave, donde resalta la cola casi intacta.
Al otro lado del cañón, arriba a unos 30 metros, yacen tres víctimas todavía amarradas a sus asientos por los cinturones de seguridad puestos. Mucho más arriba hay otras tres muertos, en un sitio donde los socorristas no llegaron ayer.
La lluvia movió otro cuerpo y lo lanzó dentro de un farrallón. Los relojes de dos de las víctimas, según los socorristas, marcaban las 12:10.
A los socorristas no les quedó duda de que la muerte fue instantánea
Campos tiene 15 años de trabajar en la Cruz Roja y expresó que nunca antes había hecho nada que se le parezca a esta misión.
"Estas son las grandes ligas. Uno vive y entrena para esto. Es lo más serio para un montañista: un volcán activo, material suelto, ángulos de más de 45 grados, mal clima", enumeró el socorrista, quien arriba, frente al enorme riesgo, pensó constantemente en su hija de nueve años.
El descenso fue todavía más complejo. Deslizaron la camilla por la pendiente hacia el helipuerto y varios socorristas la aseguraron con una cuerda en su extremo superior mientras otros hacían lo mismo desde abajo. Cualquier roca desprendida atentaba contra los de abajo.
En un tramo de 500 metros tardaron 3 horas.
A la 1 p . m. el rescate aéreo había sido descartado por el mal tiempo. Entonces un grupo de vaquianos, cruzrojistas, bomberos y un equipo periodístico de La Nación subieron para topar a quienes venían con el cuerpo.
Pero en un instante el cielo se aclaró y a las 3.30 p. m. el helicóptero de Seguridad Pública, piloteado por Víctor Arias y Diego Aguilar pudo entrar.
El primer pasajero del vuelo sin fin regresó al aeropuerto de donde partió. Hoy deberán volver los otros nueve.